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No quise recogerme sin escribir antes a Linilla. Todo reposaba en torno mío. Por la ventana, abierta de par en par, entraban los aromas del jardín; el agua corría silenciosa por el sumidero del pilón, y de cuando en cuando, anunciador de la estación florida, preludiaba un jilguero su amorosa serenata.

Apoyándose en un palo, dando tiempo a que anocheciese, deteniéndose a cada rato para recrearse mirando el paisaje, no tardó mucho en llegar al cerro que domina el caserío de Naya, tan oportunamente que vino a caer en medio del baile que, al son de la gaita, bombo y tamboril, a la luz de los fachones de paja de centeno encendidos y agitados alegremente, preludiaba a los regocijos patronales.

Velázquez había tomado la guitarra y preludiaba unas soleares. Todos callaban. De pronto Isabel soltó una fuerte risotada, que al guapo le produjo insoportable escozor. ¿De qué te ríes, hija mía? le preguntó con aparente calma. Pues me río de verte así, tan pacífico, con la guitarra sobre las piernas... Dispensa, hijo, no lo puedo remediar. Y soltó otra risotada.

Paseándonos á lo largo del puente, mis dos compañeros y yo conversábamos sobre la literatura francesa, tema que insensiblemente se nos vino á las mientes á propósito de una cancioncilla que preludiaba el capitán en uno de los camarotes. ¡Qué de servicios no ha hecho á la literatura en general, decíamos, este monumento flotante que se llama un buque!

El piano, en el momento de dar comienzo la presente historia, preludiaba con sonidos vibrantes el allegro apasionado de la Traviata «gran Dio, morir si giovine». Terminado el preludio, empezó un acompañamiento suave y discreto. La ansiedad era grande. Al fin, sobre el acompañamiento se alzó una voz clara y dulcísima que sonó en toda la plaza como eco del cielo.

Un magnífico sol de primavera, que preludiaba los alegres esplendores del mes de abril, poblaba de encantadores reflejos las ondas del Mediterráneo que sacudian sus blancas escamas contra los peñascos y las playas de la costa, suavemente ondulosa.

A esas olas en lucha, á esas espantosas montañas de agua se refieren los marinos, fenómenos cuya verdadera grandeza no es dado al hombre calcular. Cierto día, no tempestuoso, sino un poco conmovido, en el cual preludiaba el Océano por medio de agrestes alegrías, me encontraba tranquilamente sentado sobre un bello promontorio de unos ochenta pies.