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Así se hace, ¡canástoles! Pues mira: ya, por lo poco que falta, no lo echemos a perder con una mala tentación. Firmes con ella si acomete, ¿eh? Se oyó la risa franca de Nieves muy cerquita de la puerta, que a poco rato se abrió dando paso a la sevillanita envuelta en un blanco y holgado peinador, con toda la espesa y fina mata de su pelo rubio dorado tendida sobre la espalda.

Enséñeme usted más acuarelas decía a lo mejor Nieves a Leto , o más dibujos. Y Leto la complacía de muy buena gana; y con motivo de los dibujos o de las pinturas, otro párrafo mano a mano entre la sevillanita y el mozo farmacéutico, párrafo que a éste le sabía a gloria. Tiene usted que enseñarme le dijo ella en una de estas ocasiones , a pintar estas manchas de árboles.

Duraron estas cosas tan entretenidas para Leto, y también para la sevillanita probablemente, poco más de un cuarto de hora; hasta que el balandro desabocó, y comenzó a sentir Nieves esas inexplicables impresiones, mezcla extraña de pavor y de alegría, que se apoderan de los novicios entusiastas como ella, al verse de pronto mecidos por las ondas salobres de aquel abismo sin medida.

Un poco más adelante volvió a hablar la sevillanita, para decir a Leto, también en crudo, pero sin detenerse: Es una compasión que no sea usted tan aficionado a pintar al óleo como a la aguada. Ya le he dicho a usted en otra ocasión respondió Leto , que eso consiste en mi falta de paciencia: todo tiempo, por corto que sea, desde que concibo algo hasta que lo ejecuto, me parece una eternidad.

Bermúdez y Fuertes opinaron lo mismo; pero no eran sus votos de tan ganada autoridad como el de Nieves, la cual, para mayor confusión del aturdido Leto, no contenta con ver los cuadros sobre sus rodillas, fue colocándolos uno a uno... ¿en dónde, gran Dios! sobre los mismos muebles y en los propios sitios de las paredes en que los había imaginado él... Y a todo esto, la sevillanita, con su entrecejo algo fruncido, su frase concisa y sobria, sin extremos en la alabanza, sin apresurarse, sin sonreír más que lo preciso, deslizándose entre sillas y veladores sin tropezar con nada, sutil, airosa, discreta... en fin, que tanto por lo que decía como por el modo de decirlo, y hasta por el modo de andar, había que creerla inteligente en el arte, y desde luego sincera.

Hay en ella sentimiento del arte, y gusto... ¡mucho gusto!... Cierto que aquí, en Villavieja, ¡está uno hecho a tan poco, a tan poco y de tan mediana calidad, y tan visto!... Pero no, señor, no: esa sevillanita, donde quiera que se la ponga, aquí o en Valladolid... ¡Carape!... No, no, lo que es el primito de allá, el original de la fotografía que estaba sobre el piano... porque según me dijo ella misma, aquel retrato es el de su primo, el hijo de doña Lucrecia, vestido de toga y con birrete... ya puede estar satisfecho si es verdad lo que se cuenta... Y lo será por las trazas.

Y ¿por qué ha de pesarme tal cosa, ni he de darle a usted una orden semejante? exclamó la sevillanita abriendo otra vez el álbum por donde estaba el clavel . ¡Pobrecillo! añadió contemplándole . ¡Volver a arrojarle al suelo después de haber vivido tantos días en este alcázar del Arte!... Además, usted se le ha ganado en buena ley... Conque déjele donde está, si no le estorba, y vamos a ver los dibujos...