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Dos veces al día se desarrolla incesantemente el inmenso cuadro de las montañas, cuando los rayos oblicuos de las auroras y los ocasos dejan en la sombra los planos sucesivos vueltos hacia la obscuridad y bañan en claridad los que miran hacia la luz.

La nariz algo aplastada por un golpe recibido en su juventud, y los ojos pequeños, oblicuos y tenaces, daban á su rostro una expresión de ferocidad asiática. Pero este gesto se esfumaba al sonreír su boca dejando visibles los dientes unidos y deslumbrantes, unos dientes de hombre de mar, habituado á alimentarse con salazón. Caminaba los primeros días por las calles desorientado y vacilante.

Los rayos del sol, chorros oblicuos de oro que venían de lo alto iluminando espirales de polvo, moscas y polillas, le hacían pensar nostálgicamente en las manchas verdes de la huerta, las manchas blancas de los caseríos, los penachos negros del puerto, repleto de vapores, y la triple fila de convexidades azules coronadas de espuma que venían á deshacerse con cadencioso estruendo sobre la playa color de bronce.

Después venía el personal auxiliar de la familia: un ayuda de cámara andaluz, que lanzaba un che a cada dos palabras para que no le confundiesen con los de la tierra; una institutriz británica, roja y malhumorada; una doncella gallega, con vestido negro y cuello y puños masculinos; otra de pelo cerdoso, achocolatada de tez, los ojos achinados, oblicuos.

El arroyo no es más que una larga calle abierta en el espesor del bosque; la superficie líquida, sombreada por las bóvedas de árboles, está unida como un cristal; solo los oblicuos rayos de luz que en algunos puntos agujerean la espesa enramada, hacen brillar como pepitas de oro los más pequeños insectos y hasta el polen de las plantas; las lianas que se mojan en el agua la rayan con pequeñitos surcos negros donde vacila un instante la imagen de las ramas.

Su vigor de incansable centauro le había servido poderosamente en la empresa de poblar sus tierras. Era caprichoso, despótico y de grandes facilidades para la paternidad, como sus compatriotas que siglos antes, al dominar el nuevo mundo, clarificaron la sangre indígena. Tenía los mismos gustos de los conquistadores castellanos por la belleza cobriza, de ojos oblicuos y cabello cerdoso.

En cuanto a Luisa, la hija de los heimatshlos, era una muchacha esbelta, fina, de afiladas y delicadas manos, de ojos de un azul celeste y tan dulces que penetraban hasta el fondo del alma de quien los veía; su tez era blanca como la nieve; sus cabellos, rubios como el oro, tan suaves como la seda, y los hombros, oblicuos como los de una virgen en oración.

Sus pómulos eran salientes, gruesos sus labios y la nariz aplastada, oblicuos y pequeños sus ojos, y negras las ralas cerdas del largo bigote, y negros los cabellos que pendían lacios sin ondas ni rizos. Cubrían sus cabezas gorras de hirsutas pieles, envolviendo capacetes de cobre, y sostenidas por barbuquejos de lana cuyas extremidades flotaban sobre el pecho.

Si nos dejasen armar un corro en el patio, chicas, ¿eh? Pareció de perlas la ocurrencia, y salieron al patio de entrada, y de allí al magro campillo colindante, y perteneciente también a la Fábrica. Estaba el día sereno y apacible; el sol doraba las hierbas quemadas por la escarcha, y se colaba en tibios rayos oblicuos al través de los desnudos árboles.

Ahora, aseguremos las fisonomías y adelante. Salieron, atravesaron el patio en que estaba la fragua, entraron en la cordelería donde los penados seguían desgarrándose los dedos contra las duras maromas embreadas, y llegaron á la entrada del edificio, donde se encontraba el centinela en su garita, apoyado en el fusil, y al abrigo de los rayos del sol, ya oblicuos á aquella hora.