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Actualizado: 24 de junio de 2025
Esta le había dado ocasión, sitio, auditorio; había puesto á su servicio un trastorno popular; había dispuesto tolo para él un inmenso grupo de oyentes trastornado y dispuestos á hacer la apoteosis del primer advenedizo. La fortuna había organizado para él una manifestación popular, pronta á improvisar un héroe en cada calle.
Despues de correr un espacio de cuatrocientas ó quinientas varas, extension aproximativa de los campos Elíseos, nos encontramos bajo la bóveda central de aquella apoteosis espléndida de Napoleon, el arco del Triunfo.
Los bustos de las damas, apareciendo entre el desfilar de cocheros tiesos y entre tanta cabeza de caballos, los variados matices de las sombrillas, las libreas, las pieles, producían ante su vista un efecto igual al que en cualquiera de nosotros produciría la contemplación de un magnífico fresco de apoteosis, donde hay ninfas, pegasos, nubes, carros triunfales y flotantes paños.
Los que esperaban el mágico espectáculo de su puesta reunidos en la última toldilla, tenían que renunciar a la diurna apoteosis, corriendo a los camarotes para vestirse apresuradamente y no llegar con retraso al comedor. Ojeda, al sentarse a su mesa, vio que estaba sin ocupar la inmediata, que era la de Mrs. Power.
Hasta que se ve esta apoteosis gigantesca, no se tiene una idea exacta del pintor, conde y diplomático á la vez; pero en quien el pintor vale más, mucho más que el diplomático y que el conde. Los cuadros enormísimos de aquella divinizacion artística, llenan las paredes de toda la sala.
los dos en mi vida pusísteis un mal: uno abrió una herida, otro abrió un rosal. Tu verdad, asceta, hizo de mi vida un inmenso crial; tu llanto, poeta, hizo de mi herida brotar un rosal. Sonríe, poeta del dolor, sonríe; ya tu ensueño de amores ha triunfado en una luminosa apoteosis al pié del tabernáculo.
Lo que se lee en las lecciones de literatura dramática de Schlegel, relacionado con este asunto, casi no merece otro nombre que el de una ingeniosa y elocuente apoteosis de Calderón. Algo más explícito fué F. Sismondi en su Littérature du midi de l'Europe, aunque apenas haga otra cosa que exponer los argumentos de algunas comedias de Lope y Calderón, acompañados de reflexiones estético-críticas.
No hay un crimen, ni un pensamiento que escape a sus leyes, a sus pesquisas, a sus verdugos; y no obstante, ellos no saben ni sabrán nunca cuan débil, estrecha o imperceptible es la distancia que separa un rebelde de un emperador y el suplicio de un proscrito de la apoteosis de un semidiós. 11 de septiembre.
En aquel momento todos los celajes del ocaso se rasgaban brotando luz de sus entrañas para formar una aureola a la Madre de Dios, que tenía en aquella cima su templo. La puesta del sol era una apoteosis. Las velas de las lanchas de Loreto, hundidas en la sombra del monte, allá abajo, parecían palomas que volaban sobre las aguas. Al fin llegó Ana a la hondonada de los pinos.
Bajó éste con el capuchón de reglamento. Al quitárselo y dejar al descubierto su hermosa cabeza blonda, D.ª Rafaela no pudo menos de recordar las estampas piadosas que representan a los primeros mártires del cristianismo en los calabozos de Roma. La luz, dando de lleno en aquella cabeza angelical, hacía resaltar como en apoteosis la delicadeza de sus facciones, la seráfica limpidez de su mirada, las tintas sonrosadas de sus mejillas.
Palabra del Dia
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