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Felipe II, que cuando escribía al mismo Ticiano le llamaba amado nuestro, le encargaba para sus palacios cuadros como los de Antiope, Venus y Adonis, y Diana y Calixto, de lo cual se infiere que no era mojigato en materia de arte; y Felipe III y Felipe IV, siguieron reuniendo obras análogas en Madrid y el Pardo.

Y como viese que el niño rechazaba la linda cajita de la Mahonesa, que no del todo satisfecho le alargaba Calixto, añadió: Tómalas, hijo... Esta para ti, y la otra para tus hermanos... ¿No tienes hermanitos?... Tengo a Lilí. Pues llévale una a Lilí.

Si todos citan demasiado a los clásicos, largan a cada paso sentencias filosofales y pedantean con inocente refinamiento, es tan propio defecto de aquella época que más que defecto parece gracia y primor y presta al libro indeleble color temporal. Ni carece Fernando de Rojas de muy oportunas delicadezas, inspiradas o reflexivas. La pasión de Melibea y de Calixto no puede ser más vehemente.

Dejando nosotros a un lado la moralidad, a fin de que no salga mal parada de esta cuestión en vez de salir victoriosa, y prescindiendo también del desafuero inverosímil que sirve de fundamento a los amores de Melibea y de Calixto, bien podemos afirmar que en todos los pormenores de la tragicomedia hay tan pasmoso realismo y tan bien observada y expresada pintura de caracteres y de afectos que, no ya los críticos españoles a quienes pudo cegar la vanidad patriótica, sino los más eminentes críticos de otros países, como Gervinus en su Historia de la poesía alemana, ponderan el influjo de La Celestina en la novela y en el drama de la edad moderna, y entienden que hasta la aparición de Shakespeare no hubo en la tierra más profundo observador ni más hábil pintor del alma humana que el bachiller Fernando de Rojas.

Entre las familias de ambos no se sabe que haya enemistad, como la hubo, pongamos por caso, entre las familias de Julieta y de Romeo. Ni diferencia de clase, ni de religión, ni de patria los divide. ¿Por qué, pues, no buscó Calixto a una persona honrada que intercediese por él y venciese el desvío de Melibea, y por qué no la pidió luego a sus padres y se casó con ella en paz y en gracia de Dios?

Mientras los dos amantes, cuya pasión se ha aumentado desde su primera entrevista, se abandonan de nuevo á tiernas caricias, acude una muchedumbre de furiosos, que amenaza derribar la casa. Calixto, que les sale al encuentro, perece en seguida á sus manos.

El cabildo admitió gustoso el compromiso, y para el caso de discordia nombró á otros tres individuos; con lo que todo se fué componiendo amigablemente. El papa Calixto III habia pedido al estado eclesiástico de Castilla y Leon un caritativo subsidio para la guerra contra el turco. Congregáronse las iglesias en Medina del Campo y se obligaron á contribuir con 35000 florines.

Todo ello hervía sin duda en las almas, como el mosto en la cuba durante la fermentación tumultuosa. En resolución, Calixto y Melibea se adoran y no es hipérbole ni figura retórica, sino adoración efectiva. Fuera de su amor no ven nada ni queda nada. Ni reconocen el pecado ni hay lugar para el arrepentimiento o para la enmienda.

Repúsose enseguida, y atravesó con paso rápido la larga galería del Poniente, seguido de su mayordomo, y entró en la cámara, llamada del Papa Calixto, que había sido dispuesta para su dormitorio. Era amplísima y, a diferencia de las demás estancias del palacio, relativamente sobria.

Su casa era un centro de conspiración y un templo de arte: allí se reunían tan pronto, hombres de armas y acción, para hablar de guerra, como se reunían hombres de saber y pensamiento para hablar de «suspiros y risas, colores y notas». Más tarde, el mismo general Blanco, creyéndolo como era la verdad complicado en aquel conato de revolución de 1879, le pidió que hiciera pública protesta de adhesión al Gobierno de España, a lo que él indignado contestó: «Martí no es de la raza de los vendibles». Y fue nuevamente deportado a España, de donde se fugó al poco tiempo, pasando a París y de allí a New York, lugar en que siguió conspirando, conspiración que culminó con aquel desembarco en Cuba de Calixto García, el glorioso General de la frente horadada.