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Su meditación de religioso se quebrantaba con sus cavilaciones de hombre, y si la enérgica voluntad o el temor al peligro traían la oración a sus labios, entre los severos pensamientos del sagrado rezo se deslizaba un nombre de mujer, penetrando su imagen alegre y bulliciosa entre las austeras reflexiones, como entraría una maga en un coro de monjes.

Así colocadas y con extraño silencio recorrieron los talleres, dando no qué aspecto de aquelarre a la bulliciosa fiesta. Al punto recibió título aquella nueva y lúgubre comparsa; llamáronle la Estadea, nombre que da la superstición popular a una procesión de espectros.

¡Por el montón de oro que aguarda á los buenos arqueros! ¡Y por las muchachas bonitas! gritó Simón. ¡Y se acabaron los brindis, canastos! añadió pegando tremebundo puntapié al tonel que tenía más cerca. Con cantos, risas y chanzas fueron desfilando los alegres arqueros, y no tardó en reinar completo silencio en la poco antes bulliciosa sala de La Rosa de Aquitania.

Resultaba, pues, que la tertulia, tan bulliciosa antes, se hallaba casi siempre en cuadro.

Enrique me rogó que le presentara la cuenta de mis honorarios, y Cecilia me prometió acudir a para que le curase todos los pinchazos de agujas y alfileres. Poco después dieron las once, y cada uno tomó su palmatoria. Yo entré en mi alcoba, desde donde oía aún las carcajadas y las alegres carreras que daba en los comedores aquella juventud bulliciosa.

Dando descomunales saltos, una liebre corrió hasta cerca de la pareja, y alzando su brillante mirada y aterciopeladas patas delanteras, se sentó y los contempló. Una bulliciosa ardilla se deslizó por medio de la corteza resquebrajada de un pino derribado, y se quedó allí parada. Te estamos esperando, Melisita dijo el maestro en voz baja, y la niña se sonrió.

D. José Salamanca busca siempre la fama real, sensible, presente, bulliciosa; la fama que se oiga, que se vea, que se toque; esa fama que equivale al crédito; ese crédito que es un gran capital, un gran fondo, un grande y universal gerente. D. José Salamanca es un esclavo de la opinion pública, para hacerse dueño del público. Quema incienso á la sociedad, para que la sociedad se lo queme á él.

No se avergonzó de que su confesor la hubiera visto en tal situación.... Le saludó amable, bulliciosa, y volvió con Obdulia, con Visita y con Edelmira a correr por la huerta, seguidas de Paco, Joaquín, don Álvaro y don Víctor.

Poco después aquella sociedad bulliciosa volvía con ansia a los recreos inocentes. No faltaron los brindis ni las improvisaciones poéticas, ni el joven que canta a la guitarra con poca afinación y mucha gracia unas coplitas picantes, ni la niña de seis u ocho años que en esta clase de solemnidades recita siempre, comiéndose la mitad de las sílabas, un monólogo de comedia.

Según parece, fui amontonando en él tales dificultades do ejecución, que los ingenieros norteamericanos que inventan nuevas «magias» para esta clase de obras todavía están haciendo estudios y no han podido encontrar el modo de que aparezcan en el lienzo luminoso, á un mismo tiempo y sin trampa visible, la enormidad del Gentleman-Montaña y la bulliciosa pequeñez de las muchedumbres que pueblan la Ciudad-Paraíso de las Mujeres.