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Es buen vino indicó Carnicero, en tono de conocedor . Pero yo no si mi cabeza.... ¡Qué cobarde!... Felicísimo, otro trago.... Vamos, a la salud de la familia real. Este brindis fue acogido con tanto entusiasmo, que Carnicero se levantó de su asiento para dar más solemnidad al acto de envasarse en el cuerpo el generoso vino.

Ese mismo palacio sirvió de morada al regente, hijo del duque de Orleans, y el alcázar fué menos alcázar que tálamo. Los libros y los retratos de hombres ilustres, la ciencia y el arte, dieron lugar á los brindis y á las orgias. Richelieu abrió paso á un príncipe, tristemente famoso.

El pescador se acercó á ella entonces, y la dió una gran rebanada de pan con un pedazo de queso encima. Cada uno de los tres huérfanos recibió otra ración igual de pan y queso y medio vaso de aguardiente, previo el indispensable brindis «á la buena gloria del defunto».

Los oficiales que advirtieron la taciturna tristeza de su camarada, le sacaron del éxtasis en que se encontraba sumergido, y presentándole una copa, exclamaron en coro: ¡Vamos, brindad vos, que sois el único que no lo ha hecho en toda la noche! Los militares acogieron el brindis con una salva de aplausos, y el capitán, balanceándose, dió algunos pasos hacia el sepulcro.

Un paje le anunció que su señor se proponía visitar aquella noche al canciller de Chandos y deseaba que sus dos escuderos se alojasen en el hostal de la Media Luna, al fin de la calle de los Apóstoles. Al cual mesón se dirigieron Roger y Gualtero al anochecer, después de su larga comida y de oir los brindis y canciones con que pasaron rápidas las horas en compañía de los otros alegres escuderos.

Brindo a la salud de los novios antes de volver al convento dijo fray Gabriel. Y después de apurada la copa, se escurrió, sin que nadie, excepto la tía María, hubiese echado de ver su presencia ni notado su ausencia. La reunión se animaba por grados. ¡Bomba! gritó el sacristán, que era bajito, encogido y cojo. Calló todo el mundo al anuncio del brindis de aquel personaje.

¡Por el montón de oro que aguarda á los buenos arqueros! ¡Y por las muchachas bonitas! gritó Simón. ¡Y se acabaron los brindis, canastos! añadió pegando tremebundo puntapié al tonel que tenía más cerca. Con cantos, risas y chanzas fueron desfilando los alegres arqueros, y no tardó en reinar completo silencio en la poco antes bulliciosa sala de La Rosa de Aquitania.

Y porque será del gusto de los lectores saber las ceremonias y modo de que usaron en su Asamblea, daré de ellos una breve y sucinta noticia. Entrados á parlamento en lo más oscuro de la noche, dieron principio á la función con una sinfonía de flautas y pífanos, y cantando y bailando al son de ellos discurrían sobre el negocio, concluyendo cada baile que duraba tres ó cuatro credos con brindis.

Habla con unos oficiales ingleses que van á embarcarse en Brindis; les lee la última carta de esperanza. Los cortos espacios de silencio traen hasta mi, caprichosamente, algunos renglones, como pedazos de papel arrastrados por el huracán: «Papá: cuando termine la guerra....» Alguien ha anonadado con su presencia á los que ocupamos el resto del vagón.

Se daba un banquete en el nuevo edificio de las escuelas para inaugurarlo: a los tres o cuatro días se recibía el periódico de Lancia con la consabida carta publicando los brindis y los sonetos improvisados. Se caía un albañil de un andamio; comunicado de don Rosendo pidiendo más garantías para los albañiles que se ponen en los andamios.