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No te conjuro por sal y çilantro, sino por el corazón de fulano; y echando la sal y çilantro en la lumbre, proseguía diciendo: Así como te has de quemar, se queme el corazón de fulano, y aquí me le traygas, y conjúrote por la reina Sardineta, y con la tataranieta, y con los navegantes que navegan por la mar

era el estribillo con que el sacristán de la parroquia de San Marcelo pedía limosna para las benditas ánimas del purgatorio, a lo cual contestaba siempre algún chusco completando la redondilla: que se queme en hora buena, que yo me voy a mi casa.

Enseñaba a su asustadiza madre un saco guardado a la sombra de un naranjo. ¿Ve usted esto?... Es un quintal de pólvora. Hasta que no lo queme no descanso. Y madó Antonia temía asomarse a las ventanas de su cocina, y las monjas que ocupaban una parte del antiguo palacio mostraban un instante sus tocas blancas, ocultándose inmediatamente como palomas amedrentadas por el continuo tiroteo.

¿Está todo bien preparado, Visanteta? Todo, señora. Nelet se ha encargado de que el capón no se queme; sólo faltan unas cuantas vueltas. Adela cuida del puchero. La sopa la pondremos cuando avise la señora.

D. José Salamanca busca siempre la fama real, sensible, presente, bulliciosa; la fama que se oiga, que se vea, que se toque; esa fama que equivale al crédito; ese crédito que es un gran capital, un gran fondo, un grande y universal gerente. D. José Salamanca es un esclavo de la opinion pública, para hacerse dueño del público. Quema incienso á la sociedad, para que la sociedad se lo queme á él.

Queme la carta.» E... e... esta Victorina, ¡esta Victorina! había tartamudeado don Tiburcio; e... e... es capaz de hacerme afusilar. El P. Florentino no le pudo detener: en vano le hizo observar que la palabra cojera querrá decir cogerá; que el español escondido no debe ser don Tiburcio sino el joyero Simoun, que hace dos días había llegado, herido y como fugitivo, pidiendo hospitalidad.

Para mi santiguada, que yo los queme mañana antes que llegue la noche.

Esta especie de confidencias íntimas empiezan de esta manera: «Durante los primeros años de mi juventud, empecé a escribir un diario exacto de cuanto me ocurrió a , o en torno mío, con todas aquellas reflexiones que los diversos acontecimientos de mi vida me sugirieren. Después de largo tiempo, perdí esta costumbre, y quemé los apuntes que tenía hechos.

Dile cuenta de mis determinaciones; y con esto, al otro día él se fue a Segovia harto triste, y yo me quedé en la casa disimulando mi desventura. Quemé la carta, porque, perdiéndoseme, acaso no la leyese alguno, y comencé a disponer mi partida para Segovia con intención de cobrar mi hacienda y conocer mis parientes, para huir de ellos.

Con este empeño de adelantamientos, como el sonido de las campanas le fastidia, hace que el diablo queme la cabaña de Baucis y Filemon, emblema de la vida antigua, y queme además la ermita, que estaba al lado y donde sonaban las campanas; esto es, acaba con la religión, en nombre de lo cómodo y progresivo.