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LEONIE. Ahora hay algo menos que hacer, a causa de la marcha de los norteamericanos. Dentro de poco no nos quedará mas que la clientela ordinaria... CIRILO. ¡Ah...! ¿Se dedica usted a los negocios? LEONIE. ¿A qué negocios...? CIRILO. Yo creía... Acabo de ver en la puerta una placa comercial... LEONIE. Y como no me los pedías, yo no te los di.

El trato de la ruda, y grosera tropa de antaño, en la vida de frontera y en la guerra contra los salvajes, rebajaba visiblemente la cultura de los oficiales, es del negro trato de los negros que proceden las peores grietas o depresiones morales de los norteamericanos, y ninguna profesión, ni la de carnicero, ha llegado nunca a degradar tan monstruosamente el carácter humano, como el Santo Oficio de la Inquisición.

Spencer agregaba que era necesario predicar a los norteamericanos el Evangelio del descanso o el recreo; e identificando nosotros la más noble significación de estas palabras con las del ocio, tal cual lo dignificaban los antiguos moralistas, clasificaremos dentro del Evangelio en que debe iniciarse a aquellos trabajadores sin reposo, toda preocupación ideal, todo desinteresado empleo de las horas, todo objeto de meditación levantado sobre la finalidad inmediata de la utilidad.

Después del baño de agua salada, los bañistas se dan un baño de sol en la arena. El sol semitropical pronto quema el rostro y los brazos, a tal extremo que despertaría la envidia de los jóvenes norteamericanos que se pasan tantas horas tendidos en la playa para adquirir el color de un indio.

Había oído hablar algo de muebles rotos y peleas con el mayordomo. Una insignificancia. Una humorada de mis amigos los norteamericanos... Pero el conflicto quedó arreglado inmediatamente. Habían salido todos del fumadero atraídos por la luna, una luna enorme que cubría de plata viva el Atlántico y hacía correr por los costados del buque arroyos de leche luminosa.

Mira á los norteamericanos, que todos creíamos muy prácticos é incapaces de idealismos; saben que no van á ganar nada positivo, y sin embargo entran en la lucha con todas sus fuerzas.

Cuenta uno con el argumento precioso de «la intervención norteamericana». El periodista que defiende al gobierno puede describir á los hombres de la oposición como «malos patriotas, que con sus insurrecciones provocan la anarquía y hacen inevitable una invasión de los norteamericanos para el restablecimiento del orden». Y á su vez, los escritores de la oposición, al atacar al gobierno, afirman que éste comete tales atrocidades, que, «al final, los Estados Unidos tendrán que intervenir para derrocar su tiranía». Sin el fantasma de la intervención norteamericana, ¿quién podría escribir en Méjico?...

El dueño de aquella casa era don Gaspar Villarroel, caballero viudo, riquísimo propietario de haciendas en casi todas las regiones de España, accionista del Banco, tenedor de sumas enormes en dollars norteamericanos, en cuatros de la Deuda francesa y en treses de la de Inglaterra: y aquellas sombrillas olvidadas, las labores que por las ventanas se veían y los cantares llenos de poesía eran de Helena, su hija única, de veinte años, que andando el tiempo había de ser muchas veces millonaria.

Definiendo la nueva manera de realizar la defensa de la vida contra la insalubridad ambiente, los norteamericanos decían que "la civilización de un país se mide por el consumo de jabón", y consiguientemente, la incivilización debía medirse por el consumo de velas a los santos para el mismo objeto.

Unos avanzaban a toda prisa, fingiéndose preocupados con algún pensamiento de importancia. Otros desafiaban la curiosidad, ostentando arrogantemente las erosiones mal disimuladas por el peluquero con polvos de arroz. Los norteamericanos destapaban champán en el almuerzo y gritaban lo mismo que en la noche anterior, insensibles al cansancio y al trasiego de líquidos.