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Por la imaginación del joven maestro pasó la vista del lugar vacío al lado de la tumba de Smith, y el porvenir del débil ser que temblando de pasión tenía ante , inquietó vivamente su espíritu. Asiole ambas manos entre las suyas, y mirándola de lleno en sus sinceros ojos, le dijo: ¿Melisita, quieres venirte conmigo? Melisa le echó los brazos al cuello, y dijo, llena de alegría: .

Dando descomunales saltos, una liebre corrió hasta cerca de la pareja, y alzando su brillante mirada y aterciopeladas patas delanteras, se sentó y los contempló. Una bulliciosa ardilla se deslizó por medio de la corteza resquebrajada de un pino derribado, y se quedó allí parada. Te estamos esperando, Melisita dijo el maestro en voz baja, y la niña se sonrió.

No las tendrás; vete. ¿Por qué no las pides a Sofía? Y parecía que Melisa se desahogaba al expresar su desprecio por sílabas adicionales al título ya algo dilatado de su tentadora compañera. ¡Eres muy malo! Tengo hambre, Melisita. Desde ayer a la hora de comer no he probado bocado. ¡Estoy muerto de hambre!

¿No está usted loco? dijo con un sacudimiento interrogativo de todo su cuerpo. No. ¿Ni fastidiado? No. ¿Ni hambriento? No. ¿Ni pensando en ella? ¿En quién, Melisita? En aquella chica blanca. No. ¿Me da usted palabra? . ¿Y por su sagrado honor? . Entonces Melisa le dio un beso salvaje, saltó del árbol y se escapó volando.

Acercándose a ella le tomó ambas manos, y contemplando sus húmedas pupilas, dijo en tono insinuante al par que grave: Melisita, ¿te acuerdas de la primera tarde que fuiste a verme? Me preguntaste si podías asistir a mi escuela, pues querías aprender algo y ser más buena, y yo te dije... Ven dijo la niña con presteza.