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»Pienso comenzar muy pronto una larga tanda de baños de ola: no porque los necesite, sino por probar de todo lo bueno que hay aquí; y la playa esta es de las mejores del mundo, en opinión de los villavejanos que no la usan nunca para eso... ni para cosa alguna.

Después de haberla temido tanto Nieves, le resultó hasta entretenida la tarea de pagar las visitas que debía entre las recibidas de los villavejanos en Peleches; porque, bien mirado el asunto, tenía su lado original y pintoresco; y ella, al fin y al cabo, era algo artista y muy observadora.

A este programa continuó el sabio , siguen, como usted ve, unos versos, tontos y malos, como todo lo que pueden escribir estos majaderos villavejanos; a los versos, un sueltecillo sobre policía urbana; al suelto, más versos, detestables también; y así alternando versos chabacanos con gacetillas mías, concluye la tercera plana, y comienza la cuarta con esta noticia que voy a leer a usted, y dice así: «Percance grave: El jueves último salieron a voltejear fuera de la bahía, como lo tienen por costumbre, en un balandro de recreo, un joven muy conocido, de esta población, y una linda y elegante señorita forastera que reside en sus inmediaciones.

No lo hace mal, y presta un gran servicio a los villavejanos que, sin pedir primores ni mucho menos, nos veíamos y nos deseábamos antes para vestirnos fuera de aquí; porque pensar que los otros dos sastres que usted conoció y aún quedan, salieran de sus medidas con tiritas de papel, de sus perneras acampanadas y de sus faldones con frunces, era pensar los imposibles.

Así es que en cuanto se retiraron Nieves y su padre a Peleches, que fue muy pronto, y el boticario y Leto a su botica, se armó en la Glorieta la de Dios es Cristo entre los galanes villavejanos y las respectivas damas, que no querían ser plato de segunda mesa... mientras Maravillas, sentado en el último banco hacia el mar, solo, quietecito y sosegado, flagelaba con su eterna sonrisa de compasivo desdén, aquel cuadro de miserias humanas, fruto natural y lógico del lamentable resabio de ir a misa y creer en Dios.

Dicen que la entrada de ese vapor es siempre un acontecimiento en Villavieja, y la única ocasión en que se ven villavejanos en el muelle y sus inmediaciones. Es curioso, ¿verdad? Por eso te lo cuento, y también porque no tengo cosa mejor que contarte, por ahora.

Todo esto halagó en gran manera la vanidad de Periquet, y, como es de suponer, agravó los sordos rencores de los propietarios del tendajón, que, siendo villavejanos de pura raza, se sienten heridos en lo más hondo por el agravio que les hace su villa nativa ayudando a que los arruine y vilipendie un intruso y groserote que todavía usa alpargates y pañuelo a la cabeza, y no sabe leer ni escribir.

Un villavejano de viso se encogerá de hombros al ver cómo se le hunde medio tejado, y perderá el sueño si aquella misma noche se le ha demostrado en el Casino que su levisac atrasa más de dos temporadas en el reló de la última moda. ¡Oh! en éste y otros parecidos asuntos son terribles los villavejanos, sobre todo las hembras.

En cuanto le conocieron las intenciones los villavejanos más arrimados a la playa, le dieron tal zambullida en la mar, cogiéndole de improviso un anochecer, de diciembre, por más señas, y tal corrida de palos a la salida, que no esperó ni a mudarse la ropa para huir de Villavieja, lo mismo que un perro de aguas.

»Decía el inglés de la mina, ingeniero de cuenta y hombre de mucho mundo, que era muy de notarse que los villavejanos, tan indolentes y apáticos en cuanto se refería a mejoras y útiles progresos locales, fueran para todo lo demás tan animosos, tan regocijados, hasta bullangueros, y tan susceptibles y quebradizos de piel. Y decía la pura verdad.