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Si Dios me ha hecho alegre como un pájaro, yo no tengo la culpa; y, después de todo, eso no es un crimen. Pero cuando estoy delante de él y él me mira con su cara grave y enfurruñada, se me pasan las ganas de hacer locuras... y de estar sentada e inmóvil una se aburre a menudo, una... Se detiene y reflexiona. Querría quejarse pero no sabe de qué. Contigo, es otra cosa continúa.

Venturita se levantó de la silla, pasó por el medio del concurso erguida y enfurruñada, y salió de la sala dando un gran portazo. Don Rosendo, después de permanecer un momento inmóvil con los ojos puestos en la puerta por donde su hija había salido, volvióse diciendo: Siento mucho estar tan fuerte con mis hijas... pero algunas veces no hay más remedio.

Mary estaba enfurruñada. ¿Qué le pasa a usted? la dije. Nada. No, algo le pasa. ¿Está usted incomodada conmigo? . ¿Por qué? ¡A no me ha traído usted anillo! me dijo, dolorida. No importa; le compraré otro más bonito. No, no; yo lo quiero igual que el de Quenoveva. Pues como el de Quenoveva.

Currita metió dentro la mano y encontró en el fondo un ramo marchito de aquellas fragantes flores; miró algún tiempo con cierta extrañeza, como quien pretende recordar algo, y exclamó al fin, cayendo en la cuenta: ¡Ya! Y de repente, poniéndose muy seria con la enfurruñada cara de quien se teme un chasco pesado, murmuró muy enfadada: ¡Pues tendría que ver!... ¡Estaría bonito!...

Nuncita protestó todavía sordamente, como una chica mimosa, hasta que las miradas severas de su Hermana mayor la hicieron callar. Pero todavía estuvo buen rato enfurruñada. A veces, sin saber por qué, se mostraba díscola y rebelde en sumo grado. Necesitaba Carmelita hacer gala de toda su autoridad para someterla. Mas, ordinariamente no sucedía así.

Y Rafael, insensible al ambiente de indignación que se formaba en torno de él; sin dignarse siquiera dirigir una palabra, una mirada a la pobre Remedios que, cabizbaja como una cabrita enfurruñada, parecía llorar el recuerdo de aquellos paseos regocijados bajo la vigilancia de doña Bernarda. El diputado no veía nada fuera de la casa azul; le cegaba su felicidad.

La misma gravedad del insulto me indica que hubo de tu parte un acto extraordinario. ¡Atreverse ese pobre muchacho respetuoso y tímido á querer abofetear á un hombre como !... ¿Qué has hecho para excitarle hasta ese punto? Lubimoff no se dignó responder. Sin abandonar su enfurruñada inmovilidad, preguntó lacónicamente: ¿Quieres ó no quieres?

Ulises iba á exponer rudamente sus dudas sobre el equilibrio mental de la enfurruñada viuda, cuando les interrumpió la doctora. Contemplaba la palúdica llanura de acantos y helechos vibrante bajo la estridencia de las cigarras, y este espectáculo de verde desolación la hizo evocar el recuerdo de las rosas de Pestum cantadas por los poetas de la antigua Roma.

Sus redondos ojos me miraron un instante, asombrados, y, después, despavorido al no conocerme, echó a correr chillando. ¡Hu, hu! y sacudió trabajosamente las alas, grises de polvo; ¡qué diablo de pensadores, no se cepillan jamás! No importa, tal como es, con su parpadeo de ojos y su cara enfurruñada, ese inquilino silencioso me agrada más que cualquiera otro, y no me corre prisa desahuciarlo.

Esta mañana he entrado triunfalmente en el comedor con un gran librote debajo del brazo. La abuela retrocedió espantada. ¡Dios mío, Magdalena! ¿te vas a examinar? No, abuela querida, estoy haciendo un examen. ¿A quién? ¿De qué? exclamó sorprendida. De la cuestión de las solteronas... Cuestión tonta y detestable idea respondió la abuela enfurruñada.