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Se aproximó la silba, con una estridencia de aquelarre. Fué pasando entre la montaña y los jardines de Villa-Sirena; luego se alejó por el lado opuesto, con dirección á Italia, disminuyendo paulatinamente al ser tragada por el túnel. Toledo, que era el único que presenciaba el paso del tren, vió cómo se animaban casas, jardines y pequeñas huertas á los dos lados de la vía.

Los gritos de los combatientes, el encontrón de los cuerpos, la estridencia de las armas, no representaban nada después que los cañones habían enmudecido.

Algo extraordinario cortó el aire, dominando con su estridencia los confusos ruidos de la noche. Era un grito, un aullido, un relincho, una de aquellas voces hostiles y burlonas con que los atlots vengativos se llamaban en la sombra. Jaime sintió un impulso de levantarse, de correr a la puerta, pero luego permaneció inmóvil. El tradicional auquido había sonado a alguna distancia.

Después que el gigante hubo limpiado de gentío los salones de Momaren, haciendo huir á todos al fondo de la casa para librarse de su bombardeo líquido, irguió su estatura y fué á un determinado lugar de la fachada de la Universidad, lanzando varios silbidos con la estridencia de un huracán.

El aullido continuó sonando a largos intervalos, y cada vez que su ronca estridencia cortaba el silencio, Febrer se estremecía de impaciencia y de cólera. «¡Cristo! ¿Iba a pasar así la noche, desvelado por esta serenata amenazadora?...»

Y si la tertulia no advirtió en la mayor estridencia de sus bufidos nasales, en su parpadear infinitamente más solemne y en la grave manera de poner una pierna sobre otra y echarse hacia atrás que algo importante, importantísimo, tenía que comunicar, fue que no quiso advertirlo.

Pero ni derramó lágrimas ni la vida se escapó de su cuerpo ante esta afrenta, como era su deseo... Se vió con los dos cubos en las manos llenándolos en el foso, yendo luego á lo largo de la fila de hombres, que abandonaban el fusil para sorber el líquido con una avidez de bestias jadeantes. Ya no le causaba miedo la estridencia de los cuerpos invisibles.

La voz exasperada se perdió escaleras abajo. «¡Figlia mia!... ¡Mia figlia!...» Ulises no quiso oírla. Le hacía un daño horrible esta voz, como si arañase con su estridencia el interior de su cerebro.

Nunca veo tan clara la semejanza como cuando usted manda algo a la Benina: se me figura que veo a Su Majestad Imperial dando órdenes a sus chambelanes. ¡Qué cosas!... Eso no puede ser, Ponte... no puede ser». Entrole a la niña un reír nervioso, cuya estridencia y duración parecían anunciar un ataque epiléptico.

Ulises iba á exponer rudamente sus dudas sobre el equilibrio mental de la enfurruñada viuda, cuando les interrumpió la doctora. Contemplaba la palúdica llanura de acantos y helechos vibrante bajo la estridencia de las cigarras, y este espectáculo de verde desolación la hizo evocar el recuerdo de las rosas de Pestum cantadas por los poetas de la antigua Roma.