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A mitad del verano dejó de escribir a Julia. El administrador y yo creímos que la señorita se moría: doña Carmen llegó a Madrid enferma del disgusto, porque ya se traía tragada la infamia. ¡Qué cosas le dijo a su hija! No hubo medio de evitarlo: él amenazó con sacarla depositada, y, ante el escándalo, hubo que ceder. Este es el secreto de todo. Como V. puede imaginar, se acabó la tranquilidad.

Al agrandarse el monasterio, había abarcado en sus nuevas construcciones al viejo castillete de Loyola, dejándolo dentro de su recinto, pegado á la nueva edificación. La pequeña casa, que aún parecía más mezquina al ser tragada por el monasterio, resultaba lo más hermoso de toda aquella balumba de albañilería pretenciosa.

Frente á la chimenea, Guillermo II lucía uno de sus innumerables uniformes entre las rutilancias del marco dorado y esplendoroso. La casa parecía deshabitada. Gruesas cortinas, blandas alfombras, devoraban todos los ruidos. Había desaparecido la pesada introductora con la ligereza de un ser inmaterial, como tragada por la pared.

Acudió el perro negro y puso su hermosa cabeza sobre las rodillas de la dama, mirándola de hito en hito con sus ojos negros y cariñosos, a cuya dulzura nada podía compararse. Dejó de oírse la voz inefable del piano, y Beethoven, con su mundo de sentimientos y de formas, desapareció en el silencio como una viva luz tragada por las tinieblas.

Se aproximó la silba, con una estridencia de aquelarre. Fué pasando entre la montaña y los jardines de Villa-Sirena; luego se alejó por el lado opuesto, con dirección á Italia, disminuyendo paulatinamente al ser tragada por el túnel. Toledo, que era el único que presenciaba el paso del tren, vió cómo se animaban casas, jardines y pequeñas huertas á los dos lados de la vía.

Mina, dominada por la emoción del atardecer, sentía el pecho oprimido. En sus ojos había lágrimas. «¡Ángeles, adiósSólo se habían mostrado por unos instantes, como las visiones de felicidad que rasgan el lienzo gris de nuestra vida. Ellos se marchaban, se perdían en el infinito, lo mismo que ella desaparecería, tal vez muy pronto, tragada por la sombra.

Nunca había visto el mar tan enfurecido. Afortunadamente que esas olas sólo esparcían sobre nosotros el líquido de sus crestas, ó si no, la corbeta habría sido tragada... En tan terrible combate quedó inmóvil, no sabiendo á quién obedecer.