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Parecíale que las rugosidades de la corteza adquirían expresión de ira y se animaban con terrible mirada. Al primer golpe, parecía la húmeda madera como sonrosada carne de ninfa. «El sacerdote lo ha permitido, pero ¿qué dirá la propia divinidad? ¿No retrocederá el hacha de pronto, para hendir el cuerpo de quien la esta manejando

No parecía interesarle gran cosa la lectura: había instantes en que los ojos se le quedaban inmóviles, fijos, cual si entre ellos y el periódico se interpusiese algo indefinido y soñado que abstrajese su alma de cuanto la rodeaba, dibujándose en su rostro una sonrisa de hastío y de tristeza; pero otras veces al menor ruido que procediese de donde estaba Clotilde, aquellos mismos ojos se animaban de pronto, como si en ellos fulgurase la llamarada de un impulso indomable.

Y la verdad es que no logré el intento. Porque en vez de mostrarse lisonjeados por tal acto de devoción, pareciome que se animaban con leve expresión de burla. Quedé un poco acortado. ¿El señor viene a tomar las aguas? me preguntó la madre entre directa e indirectamente. , señora; acabo de llegar de Madrid. Son maravillosas. Dios Nuestro Señor les ha dado una virtud que parece increíble.

Hasta hace treinta años, el río se remontaba por medio de champanes, esto es, grandes canoas sobre cuya cubierta pajiza los negros bogas, tendidos sobre los largos botadores que empujaban con el pecho, conducían la embarcación por la orilla, en medio de gritos, denuestos y obscenidades con que se animaban al trabajo.

Mientras que aquellas personalidades inofensivas, bien puestas a prueba ya, animaban el de aquel modo, las notas de un violín se acercaron bastante como para que se las oyera claramente. Entonces los jóvenes se miraron con expresión simpática en que se leía la impaciencia de que terminara la colación.

Poco a poco los círculos de la murmuración se animaban, la calumnia encendía los hornos, y los últimos que llegaban, los regazados, encontraban aquello hecho una gloria. «¡Qué ocurrencias, qué fina malicia, qué perspicacia! ¡Oh, el ingenio vetustense!». El Magistral fue aquel año la víctima de las dionisíacas de la injuria; no se hablaba más que de él.

De todos modos, aquellos fuertes toques de luz que salían de los patios, aquel soplo rumoroso que pasaba a través de la enrejada puerta, animaban la calle y esparcían por la ciudad ambiente de cordialidad y de alegría.

Impulsada por tan benéficas miras, pronto atrajo Rafaela a su casa al joven Arturo; y pronto también logró que olvidase los devaneos de París y que reconociese que ella era por todos estilos más guapa que cuantas mujeres habían ido a cenar con él en el Café Inglés, en la Maison Dorée o en los kursaals que regocijaban y animaban, en aquellos días, las inmediaciones del Taunus y de la Selva Negra.

La falta de movimiento hacía que los ruidos fueran escasos: sólo se oían el penetrante sonido de una banda de cornetas que aprendía a tocar llamada por bajo del cuartel de la Montaña y el cansado grito con que se animaban varios mozos que, arrimando el hombro a un furgón, iban empujándolo hacia el muelle de descarga. En el andén no había casi nadie.

Que sin embargo de todo, meditaría sobre el asunto con la reflexion y madurez que exigia por sus circunstancias, y que estuviese cierto el pueblo, que á su Representante no le animaban otras miras que las del mejor bien y felicidad de esas Provincias.