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Yo no vacilo en concederle que la virtud humana de la filantropía proviene de la compasión y es por lo tanto egoísmo; pero ¿la virtud divina de la caridad es menos egoísmo en su raíz y fundamento?

Roberto Vérod se decía que él también llegaría a olvidar, pero el tiempo tardaba en concederle ese ambicionado bien. En ciertas ocasiones, cuando un nuevo pensamiento le distraía de tan doloroso recuerdo, el joven temblaba, porque ese nuevo pensamiento era infinitamente más grave.

Isabel distaba mucho de ser tan bella como su hermana; las mujeres no querían concederle el que fuese linda, pero a una gracia encantadora, reunía una viva y ardiente imaginación, impresionable y fácil de exaltar; cualidades o defectos que su educación había desarrollado de una manera notable, porque casi toda su vida había transcurrido en un convento.

Poníase en escena Roberto, y esta obra me recordaba mi primera entrevista con Arturo. Me expliqué entonces su tristeza, su preocupación, y pensé en que el mismo Meyerbeer no podría menos de concederle su perdón por no haber escuchado el sublime trío de Roberto.

Vuelve en ti, reflexiona, acuérdate de lo que muchas veces te he dicho. ¿Por qué no has de entrar en una vida ordenada? Yo estoy dispuesto a auxiliarte, proporcionándote un estanco...». Isidora salió sin concederle ni una mirada.

Sus maneras provocativas, sus alegres palabras y sus encendidas miradas, trastornaban a los hombres. Tenía la reputación de ser un tanto ligera y el inspector general recordaba que durante dos o tres meses había dado muchísimas vueltas en torno de él, encaprichada y dispuesta sin duda a concederle el beneficio de sus gracias.

4 Y viniendo ellos a Jesús, le rogaron con diligencia, diciéndole: Porque es digno de concederle esto; 5 que ama nuestra nación, y él nos edificó una sinagoga. 6 Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estuviesen lejos de su casa, envió el centurión amigos a él, diciéndole: Señor, no te incomodes, que no soy digno que entres debajo de mi tejado;

-No será en daño ni en mengua de los que decís, mi buen señor -replicó la dolorosa doncella. Y, estando en esto, se llegó Sancho Panza al oído de su señor y muy pasito le dijo: -Bien puede vuestra merced, señor, concederle el don que pide, que no es cosa de nada: sólo es matar a un gigantazo, y esta que lo pide es la alta princesa Micomicona, reina del gran reino Micomicón de Etiopía.

Deseaba olvidar todo esto, y para conseguirlo concentró su atención en las revelaciones que ella le había hecho y en sus dolores de madre. ¡Infeliz Alicia! Al verla empobrecida y llorosa, sin otra ayuda que la que él pudiese concederle, empezó á sentir por esta mujer un afecto duradero.

En primer lugar, una causa no será representativa de sus efectos, si ella en misma no es inteligible. Así, aun cuando atribuyéramos á la materia una actividad propia, no deberíamos concederle la fuerza de representacion de sus efectos, por faltarle la condicion indispensable que es la inteligibilidad inmediata.