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Oiga usted, amiguito, eso que está usted diciendo es herético. Yo digo lo que se me antoja. Es usted un badulaque. Y usted un... ¡Alto, señores!... ¡Alto!... ¡Un poco de calma!... ¡No irritarse!... Hubo algunos instantes de confusión. El presbítero quería arrojarse sobre Moreno y Moreno sobre el presbítero. A duras penas lograron contenerlos, sobre todo al primero, que era hombre de bríos.

Yo conozco una civilización latina; ¿pero raza latina? ¿en dónde está fuera de Italia?... En fin, señores, no hay que irritarse. Tal vez estas injusticias no pasan de ser una manifestación instintiva de viejo cariño... desorientado, de amor filial vuelto del revés. Se interrumpió Isidro, saltando de su asiento al ver que pasaba ante las ventanas la gorra blanca del médico de a bordo.

El Jubilado se repetía, manoteaba para dar nueva fuerza a sus argumentos, echaba fuego por los ojos. Manuel Antonio le dejaba irritarse con visible satisfacción. En aquel momento pasó cerca el grupo de los oficiales, que dieron las buenas tardes cortésmente. Todos contestaron menos D. Cristóbal, que se hizo el distraído.

El duque se creía delante de un poder sobrenatural y no pudo irritarse; le faltaba completamente el valor. Adelantó vacilante, y se apoyó en el sillón destinado al secretario. Siéntate, siéntate y no tiembles dijo el bufón dulcificando su voz ; nada te sucederá si no quieres que te suceda. El duque se sentó maquinalmente.

Señores gritó con voz cascada el Marqués, un poco de sosiego. Galarza, no tiene usted derecho a irritarse. Creo que en el momento que acepta el duelo, hace bastante y atenúa por completo el sentido de sus palabras, hijas de la irritación natural en que se encuentra... Gonzalo estuvo por dejar caer la mesa, que tenía delante, sobre el necio conciliador.

Había leído con espanto la cantidad consignada en el documento de crédito: primeramente en cifras, luego en letras. ¡Doscientas cincuenta mil pesetas!... ¡Cincuenta mil duros! Eso no es para volvió á decir . No lo merezco... ¿Qué puedo hacer con tanto dinero? Fingió irritarse el capitán por su desobediencia.

Ricardo no tenía por qué irritarse ante semejante idea. Pero lo cierto es que se irritó, y no poco. Procuró rechazarla como un absurdo y no logró más que hacerse cargo de que no sólo no sería absurdo, pero que ni aun tendría nada de particular. Abatido como se hallaba, la irritación cedió muy pronto lugar a la tristeza, una tristeza profunda y desconsoladora.

Aresti pareció irritarse. Lo que él proclamaba era la vida, la juventud, el amor, tal como los concebía. Respetaba la virtud, pero no consideraba necesario que tuviese gesto de vinagre y piel de esparto. Además, porque la mercenaria del amor, de aspecto tolerable, estuviese desterrada de las calles, ¿resultaba acaso la villa una población de costumbres virtuosas? Con la vida y sus instintos no se juega. Si la entorpecen su curso en nombre de una moral de locos, rompe por donde puede, esparciéndose en arroyos fangosos.

Clementina llegó a irritarse tanto que dejó bruscamente de ir a su casa. Volvieron a mediar cartas. No pudieron sacar más que respuestas ambiguas, vagas esperanzas. Al fin se decidieron a entablar la demanda, y comenzó un pleito que hizo estremecer de gozo a la curia. Cesó para Clementina toda felicidad.

Al fin acabó por irritarse contra él mismo, á causa de la semejanza absurda que había descubierto sin motivo alguno. ¿Cómo podía ser Freya esta inglesa que iba con dos oficiales?... ¿Cómo la alemana refugiada en Barcelona podía deslizarse en Francia, donde indudablemente era conocida de la policía militar?... Aún le irritó más la sospecha de que este parecido fuese un resto del antiguo amor, que le hacía ver á Freya en toda mujer rubia.