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La mano suave y firme al mismo tiempo, el ojo vivo, castigar fuerte cuando hace falta, pero sin irritarse; luego un gran conocimiento de lo que son los caballos. Sin el estudio atento y reflexivo del temperamento de estos animales, imposible guiar regularmente. Carmencita le escuchaba embelesada.

Algunos buscan á sus nervios un acicate en el ayuno; otros procuran irritarse momentáneamente, artificialmente, para no sentir el «miedo al público». Talma, por ejemplo, antes de salir á escena, arremetía á su criado, le abofeteaba, le insultaba: ¡Traidor... miserable... ponte de rodillas!... Esto le permitía autosugestionarse mejor; después se iba.

Surgió en su interior una repulsión de casta, al pensar que pudiera protegerle aquel compatriota de gustos ordinarios. No le era antipático; pero nunca le admitiría como un igual. Elena acabó por irritarse, cansada de sus protestas.

Y como la muchacha, para ocultar su turbación levantase la voz, repitiendo enérgicamente que era dueña de su voluntad y podía hacer lo que fuese de su gusto, Fermín comenzó a irritarse.

Amaury estaba, de nuevo a los pies de su amada, pero esta vez Avrigny, lejos de irritarse como la víspera, le indicó que no se moviese y tras de contemplar un momento aquel hermoso grupo, les tendió sus manos, exclamando: ¡Hijos míos!

Mientras sentía irritarse más sus celos y sangraba dolorosamente su corazón a tan odioso recuerdo, oyó muy cerca los precipitados pasos y la voz de aquel mismo hombre a quien de tal modo aborrecía. -Señor murmuró Delaberge, tenga la bondad de concederme un momento. Volvióse Simón y una llamarada de odio brilló en sus ojos; supo, sin embargo, contenerse.

Indudablemente su situación, la de Bonis, se había complicado desde la noche anterior. «Hueles a polvos de arroz», había dicho la engañada esposa, tres veces lo había dicho, y en vez de irritarse... de envenenarle o ahorcarle... ¡cosa más rara!...

En cuanto aparecía por allí doña Mónica se ponía a hacer guiños a aquél con tan poco disimulo, acompañándolos de una tosecilla tan falsa y burlona, que la buena señora enrojecía de indignación, y tanto llegó a irritarse que, aun perdiendo las cinco pesetas cada día, pensó en arrojar a aquel insolente de su casa. Los pensamientos de Barragán eran más altos, como ya sabemos.

¿Quién está ahí? preguntó don Santos con voz débil, sin más energía que la de una ira impotente. Creo que son ellos; pero no tema usted. Aquí estoy yo. Usted silencio, que no le conviene irritarse. Yo me basto y me sobro.

Yahhyay le escribió como á los demas valíes; pero no tuvo de él mas que un silencio, equivalente en un hombre de su carácter al desprecio. ¿Cómo podía dejar de irritarse Yahhyay?