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Y resultó también, y este fue más profundo resultado, un alto aprecio, una amistad sublime y una extraordinaria gratitud en el generoso corazón de la mujer desdeñada. Porque el mozo, al rechazarla con energía, no faltó en lo más mínimo a cuanto cumple a todo cortés caballero, y nada dijo ni hizo que exacerbase el desdén y que pudiera ser considerado como injuria.

O la falta de brío o la sobra de piedad impidió a Morsamor apartar de aquel obstáculo que se oponía a su salvación; aquella mujer por quien iba a perderse sin que ella se salvara. Morsamor, en vez de rechazarla, en aquellos instantes, acaso los últimos de su vida, la cogió con ternura.

En otras circunstancias, Raimundo, que ya no tenía más vínculo en España que su hermana, quizá se hubiera decidido a emigrar con ella. Más ahora, enloquecido por el amor, encontró tan absurda la proposición que no pudo menos de sonreír con cierta lástima al rechazarla cortésmente, como si fuese un millonario o un hombre colocado en la cima de la sociedad española.

Ricardo no tenía por qué irritarse ante semejante idea. Pero lo cierto es que se irritó, y no poco. Procuró rechazarla como un absurdo y no logró más que hacerse cargo de que no sólo no sería absurdo, pero que ni aun tendría nada de particular. Abatido como se hallaba, la irritación cedió muy pronto lugar a la tristeza, una tristeza profunda y desconsoladora.

Ojalá estuviera en este momento aquí. A misma me oirías decirle que no le he querido nunca y que le odio, porque se parece a todos y para sólo ha sido una decepción más... Se contuvo, siempre cerrando el paso a Raquel, que procuraba rechazarla abriendo los brazos, mientras se acentuaba el ceño de enojo en su pequeña frente. Luego, como decidiéndose, prosiguió: ¿Sabes por qué soy mala?

Tornó a rechazarla por medio de un sin número de juiciosas reflexiones. A los pocos días volvió a colársele en el magín más risueña y deslumbradora que antes. Trabose entonces una verdadera batalla en el ánimo de nuestro indiano, de cuyas resultas andaba inquieto, silencioso y desvelado, sin ganas de comer, vagando por los caminos hasta bien entrada la noche.

Y Santo Tomás de Aquino, el Angel de la Escuela, tuvo que pelear contra el profano amor no menos bravas y espantosas batallas. Cierto día se vio tan acosado por una hermosa mujer que le ceñía entre sus brazos, que tuvo que rechazarla a empujones y luego a fin de ahuyentarla la persiguió con un tizón encendido.

Ocupábase en llenar concienzudamente su compromiso, cuando acaeció una formidable invasión de los araucanos, y para rechazarla organizó el capitán general, entre otras fuerzas, una compañía de voluntarios extranjeros, cuyo mando se acordó a nuestro flamante ingeniero.

Adalberto, ¿no tienes noticias de Roberto? preguntó con voz ruda y metálica, que debía penetrar hasta en los menores rincones de la casa. La pregunta pareció desagradar al anciano, quien movió la cabeza como si hubiera querido rechazarla lejos; ella turbaba su quietud matinal. Un hijo muy afectuoso, hay que confesarlo continuó ella, y su amarga sonrisa se acentuó aún más.

Quedábase unos instantes inmóvil ante el lecho, contemplando fijamente al enfermo, como si en su rostro enrojecido e inmóvil pudiera leer algo de lo que pensaba al rechazarla con tanta vehemencia. Entreabría los párpados del enfermo y se fijaba en el ojo amarillento, opaco, sin vida, no pudiendo encontrar en él un rastro del pensamiento que con tanto interés buscaba. Así pasó toda la mañana.