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Al bilioso Galarza se le ocurrió, para realizarlo, darle un bastonazo en la cabeza. Gonzalo no hizo señal de sentirlo. Peña, indignado, alza su bastón y ¡zas! le arrima otro garrotazo a Galarza. El marqués de Soldevilla, ¡zas! le da otro a Peña.

Nada más diremos de las restantes obras del trágico, que se llama grande por cortesía; pero si este calificativo se funda en el mérito del Cid, no lo aceptamos sino irónicamente. Otras obras de Guillén de Castro. El Dr. Ramón. Antonio de Galarza. Gaspar de Avila. Miguel Sánchez. Mira de Mescua.

Gonzalo le miró con ojos distraídos, como si no hubiese oído, y siguió diciendo: En realidad, yo podía y hasta debía rechazar este desafío, porque no es costumbre que los hombres decentes se batan con los granujas, aunque éstos lleven un título del reino. Señor de Cuevas profirió Galarza montando en cólera, esto es insufrible. Yo no tolero que usted hable de ese modo.

Tan grande llegó a ser, que el marqués de Soldevilla, abandonando el campo, emprendió la carrera hacia su casa para guarecerse. Siguióle inmediatamente don Rudesindo, luego Peña y Galarza. La batalla se deshizo como por ensalmo. Mas antes de atecharse, a todos se les ocurrió volver la cabeza para ver qué había sido de sus apadrinados.

El Galarza respondió que ninguno podía decir con verdad que había pasado á pelear delante dél, ni ganádole la mano; y á lo que decía de guardar la orden, que no le había dado orden ninguna. D. Alvaro le dijo que se fuese y que no respondiese otro día tan aficionadamente. Esto de la orden paresce que se conforma con lo que dicen los soldados que salieron aquella mañana.

Después de retirada esta gente, dijo D. Alvaro al Capitán Galarza que se había dejado ganar la mano derecha de Carlos de Haro al estar por las trincheas de los turcos; que no había guardado la orden que le dió.

Este Capitán Galarza era un buen soldado, y sacó dos arcabuzazos en la rodela, y dende á pocos días le mataron en el caballero de San Juan de un arcabuzazo.

El Marqués y Galarza llevaron a Peña y don Rudesindo adentro también, mientras Gonzalo daba una vuelta por la huerta. La posesión de Soldevilla se componía de un caserón medio arruinado con pocos y antiquísimos muebles cubiertos de polvo, una huerta bastante grande, más cuidada que la casa, y detrás de la huerta una vasta pomarada ya vieja.

Mira de Mescua, honra singular de nuestra nación; la discreción é innumerables conceptos del canónigo Tárraga; la suavidad y dulzura de D. Guillén de Castro; la agudeza de Aguilar; el rumbo, el tropel, el boato, la grandeza de las comedias de Luis Vélez de Guevara, y las que agora están en xerga del agudo ingenio de Don Antonio de Galarza, y las que prometen Las Fullerías de Amor, de Gaspar de Avila, que todos estos, y otros algunos han ayudado á llevar esta gran máquina al gran Lope

El duque de Tornos es un ganuja, ¿sabe usted? respondió mirándole fija y provocativamente a los ojos. La verdad es que hubiera sido gran temeridad meterse con Gonzalo en aquel instante. Galarza se puso pálido, y dijo levantándose: Está usted en su casa. Yo me retiro. ¿Quiere usted que vaya a decírselo fuera? exclamó impetuosamente, levantándose también.