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Era guapísimo, ágil y divertido en la conversación; y desde que, siglos antes, había venido su compatriota Olen a civilizar a tracios y pelasgos, no se había visto hiperbóreo de más doctrina en el Mediodía de Europa. Con esto, con su astucia, con sus chistes y con su atrevimiento, Abaris iba por todas partes haciendo estragos en los corazones femeninos.

Giraban los ventiladores, y sobre las negras filas de pechos femeninos mariposeaban los abanicos con incesante aleteo. Maltrana fijó su mirada entre las dos columnas de la plataforma, allí donde ordinariamente había una especie de mostrador encristalado lleno de tarjetas postales y «recuerdos de viaje» que vendía el mozo del salón encargado de la biblioteca.

Tal vez esto último sea lo más exacto. La que una vez fué una verdadera mujer, y ha cesado de serlo, puede á cada instante recobrar sus atributos femeninos, si solamente viene el toque mágico que efectúe la transfiguración. Ya veremos si Ester Prynne recibió más tarde ese toque mágico y quedó transfigurada.

Todos se agregaban á ella, por el contagio del entusiasmo; el oficial unía su mano con la del soldado; las graves señoras levantaban las piernas y perdían el sombrero; las señoritas tímidas gritaban, con los cabellos sueltos; los rostros femeninos tenían esa expresión de locura entusiástica que sólo se ve en los días de revolución.

La amistad, casi desconocida por ella, fué entonces causa de que adquiriera esa sutil delicadeza, que caracteriza los afectos femeninos, y esa fluidez de ingenio que tanto los embellece y adorna. Había en el pueblo otra joven de la misma edad é idéntico carácter, llamada Ana, hija de un rico labrador. Ana y Clara se hicieron íntimas amigas en pocos días de trato.

Muchas gorras habían quedado abandonadas en las perchas del antecomedor. Las cabezas erguíanse descubiertas sobre el albo triángulo de las pecheras, brillando al pasar junto a los reverberos con reflejos de laca negra. Ni el más leve soplo de brisa desordenaba la armonía de los peinados femeninos.

Los insurgentes de Balmuff se habían lanzado con piedras y palos sobre la Universidad de su capital, apoderándose de ella sin más esfuerzo que repartir unos cuantos garrotazos entre los profesores femeninos y otros empleados de igual sexo que dependían del lejano y omnipotente Momaren.

Ahora, los vestidos femeninos eran muy cortos y las piernas se mostraban descubiertas con tranquilo impudor. La guerra recortaba las faldas, como si las mujeres, obligadas á correr en pleno campo, hubiesen tomado por modelo á la antigua cantinera.

Hallóse de nuevo en la calle de Segovia, y entonces los gritos femeninos llegaban á sus oídos como si la horda de aves con palabra humana hubiera levantado el vuelo tornando á las altas regiones. Empezó á llover: caían gotas muy gruesas, que la imaginación calenturienta de la huérfana sentía en el piso como si éste fuera una caja sonora.

Los labios, rojos y vitales, se entremordían con perezosa voluptuosidad que no tendría explicación viril, si los hipnóticos no fueran casi todos femeninos; y los ojos, sobre todo, antes vidriosos y apagados, brillaban ahora con tal pasión que el sepulturero tuvo un impulso de envidiosa sorpresa. Y eso, así... ¿la cocaína? murmuró. La voz de adentro sonó con inefable encanto.