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Cuando se recibían noticias de la guerra favorables á los Imperios germánicos, redoblaban las canciones y el copeo hasta media noche y la caja de música agria no descansaba un instante. En las paredes se veían los retratos de Guillermo II y varios de sus generales.

Usted me dirá que iba para ver cosas maravillosas, tentado por la novedad heroica de la aventura; y yo, que conozco la vida, le diré que iba por todo eso y además por tocar su parte cuando llegase el momento de distribuir las ganancias de la expedición... Y lo mismo pensaron los románticos caballeros vestidos de hierro que cabalgaban en las Cruzadas huyendo de sus castillejos hipotecados a los usureros germánicos y francos. «¡Jerusalén! ¡Vamos a libertar el sepulcro de CristoPero una vez realizada la conquista, por no separarse más del dichoso sepulcro ampliaron el círculo de sus correrías, cortando el terreno de los vencidos en condados y reinos, y se dieron una vida de sátrapas orientales como no la habían podido soñar en sus magras tierrecillas de Europa.

Y menos mal que se tratara de grupos étnicos afines, oriundos de una misma raza madre, pues en este caso podría esperarse que con el transcurso de los siglos acabarían por mezclarse y confundirse, como se confundieron y mezclaron los blancos germánicos de Ataulfo y Alarico, con los blancos latinos de las provincias romanas; pero, tratándose como se trata de caucásicos y etiópicos, la mezcla es imposible, puesto que ni aun por medio del cruzamiento continuado y científico, puede lograrse la desaparición total de una de las dos razas en provecho de la otra.

Los reyes, impulsados por el orgullo español y por las pretensiones heredadas de los cesares germánicos, acometían la loca aventura de dominar toda Europa, sin más base que una nación de siete millones de habitantes y unos tercios mal pagados y hambrientos. El oro de América iba a parar a los bolsillos de los holandeses, y en esta empresa, digna de Don Quijote, recibía la nación golpe tras golpe.

Siguió ella adelante en su relato, no queriendo insistir contra esta muralla inconmovible. Mi padre también fué italiano de origen, pero por su nacimiento era austriaco... Además, le inspiraban un entusiasmo ciego los Imperios germánicos. Era de los que abominan de su origen y ven todas las virtudes en los pueblos del Norte.

Pueblos germánicos y de otras razas y lenguas vinieron a establecerse en varias provincias del imperio, dando origen a nuevos Estados y aun a nuevas nacionalidades; pero el imperio colonial de España ha tenido fin, dividiéndose de manera muy distinta, por obra de los mismos españoles de origen que han querido y logrado ser independientes.

En efecto, las instituciones republicanas y realmente federativas, la influencia de la topografía y de los climas, y otras circunstancias, han modificado tan notablemente los caractéres germánicos en Suiza, que en realidad el Rin ofrece en su vasta hoya, desde la region superior hasta Basilea, el contraste de poblaciones que difieren bastante, apesar de su comunidad de orígen y de tener como lazo de union el mismo rio.

Observaremos cómo subsistieron en los siglos siguientes los juegos mímicos de los romanos bajo la forma de farsas y bufonadas profanas, ó confundiéndose con el naciente drama religioso, y cómo los restos de los espectáculos gentílicos, no sólo de griegos y romanos, sino también de los pueblos germánicos, contribuyeron á dar vida al drama religioso, próximo ya á su perfección.

Acabaron muchas dinastías, se hundieron muchos tronos; Italia logró al fin su unidad, en balde deseada durante trece o catorce siglos; se deshizo la confederación germánica; Austria perdió la hegemonía; Prusia, vencedora, se puso al frente de casi todos los pueblos germánicos; y por último, en tremenda lucha con Francia, Prusia la venció y la desmembró, apoderándose de algunas de sus hermosas ciudades y de parte de su fértil territorio y obligándola, desde su misma capital, de que se había apoderado, a pagar suma enormísima por su rescate.

Creíase destinado a la inmortalidad; tenía un buen tomo preparado para darlo a la estampa, en el cual, como en muestrario de bazar, había de todo: elegías, odas, pequeños poemas, poemas grandes, epigramas, doloras, suspirillos germánicos, sáficos y octavas reales. La sala parecía tribuna del Congreso, que se hundía con los aplausos al terminar Berande su recitación.