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Dale a besar tus anillos en que Véspero escintila, tus collares, tus zarcillos, tu boca roja y tranquila... Y cuando tu seducción divina y crepuscular conquiste para tu rito algún nuevo corazón que sepa quimerizar, extiende sobre el neófito tus manos en bendición, ¡oh Madona!, y alrededor de su sien pon las perlas de nostalgia que tiemblan en tu corona, por toda tu vida. Amén.

¡Y aunque sea! Yo soy capaz de dar la vuelta al mundo por no encontrarme con Anastasio. Qué, ¿le tiene tanto miedo? Miedo, no, Baldomero; ¿pero a qué comprometerme? ¡Cuando ya estás comprometido con la «Pampita»! dijo Melchor, sonriendo. ¡Dale con la «Pampita»...! casi estoy por creer que te acuerdas más de ella que de Clota...

Era una noche en el Casino, y estaban jugando al tresillo. Castrelo se puso, como de costumbre, a espetar cuentos de caza..., ¡mentira todos! Después de que se hartó, quiso encajar uno descomunal y dijo así muy serio: «Sabrán ustedes que una mañana salí yo al monte, y entre unas matas así... un ruido sospechoso. Me acerco muy despacito... el ruido seguía, dale que tienes.

Allega Menialvo con su espada, Y dále un golpe tal que desafierra La lanza el enemigo, y aun pegada La lanza con la mano deja en tierra. El indio su mano destroncada, Y quiere escabullirse de la guerra, Mas no le dán lugar, que tras su mano Tendido le dejó Leiva en el llano.

¡Nunca! ¡jamás! replicó Ester fijando las miradas, no en el Sr. Wilson, sino en los profundos y turbados ojos del joven ministro. Está grabada demasiado hondamente. No podéis arrancarla. Y ¡ojalá pudiera yo sufrir la agonía que él sufre, como soporto la mía! Habla, mujer, dijo otra voz, fría y severa, que procedía de la multitud que rodeaba el tablado. Habla; y dale un padre á tu hija.

La ponían en un convento para moldearla de nuevo, después la casaban... y tira y dale. Figurábase ser una muñeca viva, con la cual jugaba una entidad invisible, desconocida, y a la cual no sabía dar nombre. Ocurriole si no tendría ella pecho alguna vez, quería decir iniciativa... si no haría alguna vez lo que le saliera de entre .

28 Bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. 29 Y al que te hiriere en la mejilla, dale también la otra; y al que te quitare la capa, ni aun el sayo le defiendas. 31 Y como queréis que os hagan los hombres, así hacedles también vosotros. 32 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué gracias tendréis? Porque también los pecadores aman a los que los aman.

¡Dale!... ¿Y qué gusto le encuentras a las moras silvestres?... ¡Caprichosa!... ¿no te he dicho que eso es más propio de los chicuelos holgazanes del campo que de una señorita criada en la buena sociedad?... criada en la buena sociedad? La Nela vio acercarse con grave paso al que esto decía.

Come lo que te basta; no sea que hastiado de ella, la vomites. 17 Detén tu pie de la casa de tu prójimo, no sea que hastiado de ti te aborrezca. 21 Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan; y si tuviere sed, dale de beber agua; 22 porque ascuas allegas sobre su cabeza, y el SE

No puedo ni debo llamarlo así. ¡Y dale, Jesús Señor, con la matraca! ¿Cómo quier, alma de Dios, que se lo diga? En castellano corriente... por derecho... sin callejuelas de escape.