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La misma visión se presenta á Impanguí, que capitanea los indianos, y le infunde un sentimiento religioso y devoto, desconocido de él hasta entonces; y cuando, poco después, sabe que se ha descubierto el refugio de su Guacolda, invoca también la celestial visión, por cuyo poder él y su amada se salvan del peligro.

Hay que confesar que de parte de Maza se pusieron los menos. Los indianos, indiferentes como siempre a estas peleas, se asomaban de vez en cuando a la puerta del billar con el taco en la mano, para escuchar las razones de los contendientes, e ilustrarse. Para ellos aquellas discusiones eran muy provechosas.

Si en los asuntos dogmáticos buscaba el auxilio de la sana razón, en los temas de moral iba siempre a parar a la utilidad. La salvación era un negocio, el gran negocio de la vida. Parecía un Bastiat del púlpito. «El interés y la caridad son una misma cosa. Ser bueno es entenderla». Los muchos indianos que oían al Magistral sonreían de placer ante aquellas fórmulas de la salvación.

No seas tonta, que yo no puedo ver esas cosas como las ves.... Porque este lugar haya sido poco afortunado para los indianos....

Le presentaba primero fresco, colorado, alegre, como una flor, lleno de gracia, de sueños de grandezas, esperanza de los suyos y de la patria... y después, seco, frío, hastiado, mustio, inútil. Casi siempre se olvidaba de decir la que les esperaba a las víctimas del vicio en el otro mundo. Aquella moral utilitaria la entendían las señoras y los indianos perfectamente.

Además los indianos no quieren nada que no sea de buen tono, que huela a plebeyo, ni siquiera pueda recordar los orígenes humildes de la estirpe; en Vetusta los descreídos no son más que cuatro pillos, que no tienen sobre qué caerse muertos; todas las personas pudientes creen y practican, como se dice ahora.

En una de sus escenas más brillantes aparece el ejército cristiano, encerrado en Cuzco, ciudad conquistada, cuyas casas de madera han incendiado los indianos para acabar con sus enemigos; pero la Virgen María, invocada por Pizarro, viene en ayuda de sus devotos: se aparece rodeada de ángeles sobre la ciudad incendiada, y apaga el fuego.

Lo que eran los hombres, y especialmente los indianos, lo que no les gustaba, la manera de marearlos, lo que había que conceder antes, lo que no se había de tolerar después, todo esto se discutió por largo, siempre concluyendo con la protesta de que era hija tanta sabiduría de la observación en cabeza ajena. Por lo demás, ni tu tía Águeda ni yo manifestamos nunca afición al matrimonio.

Los indianos deseaban más la nobleza y se atrevían más, confiaban en el prestigio de su dinero. Se buscaría por consiguiente un americano. Lo primero era que la chica sanase y engordase. Ana comprendió su obligación inmediata; sanar pronto. La convalecencia iba siendo impertinente. Toda su voluntad la empleó en procurar cuanto antes la salud.

Sea por esto o, lo que es más probable, por la bien declarada y proverbial fealdad de su figura, tampoco los indianos picaron la carnada del anzuelo. Y eso que, con motivo o sin él, solía descotarse más de la cuenta para hacer ostensible lo que, según voz pública, tenía de menos malo en su cuerpo.