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Las bodas se efectuaron tres semanas después de la historiada proeza en la iglesia de San Agustín, y como la joven pareja se pusiera de acuerdo para no llevar a cabo el reglamentario viaje de novios, se instalaron la noche misma de sus nupcias en el hotel que Marianita había hecho comprar a su marido, calle Monceau, hotel cuyo arreglo presidió ella misma dando muestra en el mobiliario y tren de su proverbial buen gusto, porque no era esta cualidad la que precisamente faltase a Mariana.

«Verdad es que el tal salon recuerda la grandeza característica de la monarquia española, que lleva impreso el sello de la elevacion ostentosa, que es casi proverbial en la península, y que como todos los edificios de su tiempo parece que testimonio de la robustez moral que el trono iba adquiriendo, merced á sus continuos triunfos y á espensas del poder de una aristocracia, mas turbulenta acaso en Aragon que en otro ninguno de los estados españoles, pero las reflexiones á que considerado el edificio bajo ese punto de vista daria lugar, prescindiendo de que no son para tratadas ligera é incidentalmente, salen por otra parte de la artística esfera en que debemos encerrarnos

En mi familia siempre hubo sucesión masculina: Moscosos crían Moscosos, es ya proverbial. ¿No lo ha reparado usted cuando estuvo almorzándose el polvo del archivo? Pero usted es capaz de no haber reparado tampoco el estado de mi mujer, si no le entero yo ahora. Y era verdad. No sólo no lo había echado de ver, sino que tan natural contingencia no se le había pasado siquiera por las mientes.

Pero ¡buena estaba la querida patria entonces para que volvieran a su regazo hijos de tan blando corazón como yo!... Porque no puedes figurarte lo que a me afligen estas inacabables desventuras de nuestra hidalga tierra, «la tierra proverbial de los caballeros», como siguen afirmando los españoles seriamente cultos.

Agazapóse el cazador todo lo que pudo; deslizóse de mato en mato y de bardal en bardal, como una culebra, para no ser visto ni sentido del animalito, cuya vigilancia es proverbial en el país; apuntóle con la escopeta cuando le tuvo á tiro y á su gusto, y.... Pero expliquemos la situación del cazador, por si los permenores del suceso nos fueren más tarde de alguna utilidad.

Hízolo así al cabo por no desmentir su proverbial cortesanía, pero se mostró grave y reservado. Como esto no convenía á los amigos, hicieron esfuerzos por tirarle de la lengua. Nada consiguieron en un principio. Al cabo unos cuantos vasitos de vino traidoramente administrados lograron su propósito.

El abogado acusador era un joven flaco, de barba negra, ojos pequeños insolentes, y muy sobre en todos los ademanes. Figuraba como jefe de los republicanos federales de Lancia y dirigía el periódico que éstos publicaban. Su odio al clero era proverbial en la población. Había tenido varios choques por este motivo, uno de ellos con el obispo: estuvo procesado por injurias a la religión.

De nada huía D. Facundo como de esto último; jamás le había oído nadie vanagloriarse de cosa alguna ni hablar siquiera de sus asuntos, con tal que de la conversación resultase él en buen lugar por cualquier concepto; su reserva era proverbial en casa de Rivera y en las demás que frecuentaba, que no eran muchas; esta cualidad, en vez de respeto, inspiraba risa a sus amigos, los cuales se complacían en mortificarle haciéndole preguntas referentes a su vida y negocios, y hasta le espiaban los pasos para decir después en plena tertulia lo que había hecho, dónde había entrado, con quién le habían visto hablar, etcétera.

La tertulia de Elena quedó estupefacta y aterrada. La composición estaba escrita con talento y esto mismo la hacía aún más aterradora. Muchos se despidieron inmediatamente; otros quedaron haciendo comentarios en voz baja, poco halagüeños para el poeta. Elena, cuyo miedo infantil a la muerte era proverbial en la familia, se sintió indispuesta a los pocos momentos.

También la literatura manifestó siempre tendencias bastante pronunciadas en este sentido, y es cosa proverbial, sobre todo en las provincias, que nuestros literatos no se lavan sino cuando llueve: hay hortera a quien se le saltan las lágrimas de entusiasmo contando alguna gran asquerosidad de Carlos Rubio, o la manera de vivir de Marcos Zapata, por más que respecto a este último, como amigo suyo que soy, puedo declarar que hay exageración.