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La impaciente dureza de esta pregunta hizo que el acusado mirara al juez en los ojos: las venas de sus sienes se hincharon, sus dientes crujían, todo revelaba su ira. Hace usted mal en no contestar. Me obliga usted a carearle con ella. Y Ferpierre ordenó que volvieran a llamar a la rusa.

Sentíase furioso por el mutismo de Margalida, que consideraba un fracaso; por la actitud hostil de los mozos; por el modo insólito con que se había dado fin a la velada. Los atlots dispersáronse en la sombra, sin gritos, relinchos ni canciones, como si volvieran de un entierro. Algo trágico flotaba en las tinieblas de la noche.

Había entre ellas mujeres de setenta, de ochenta, y de noventa años de edad. Todas hicieron exactamente como él les 10 había dicho porque no querían perder la dicha de remozarse. El tunante les dijo que volvieran a su posada al día siguiente. Cuando volvieron él empezó a lamentarse y les dijo: Debo confesar la verdad. Una bruja me ha robado todas las cédulas.

Aquellos miserables, en vez de prepararse para hacer frente a los australianos en el caso probable de que volvieran a presentarse, se habían aprovechado de la ausencia de los blancos para saquear la despensa del buque y el camarote del comandante.

En efecto, apenas habían dado algunos pasos las vieron a lo lejos en medio del campo. Sus elegantes siluetas se destacaban del fondo claro del cielo con líneas bien recortadas. Ambas se llevaban con frecuencia el pañuelo a los ojos. Juntáronse los hombres a ellas, y sin decirse una palabra volvieran lentamente en busca del coche. Marchaban mudos y cabizbajos.

Para despachar bien y pronto lo que proyectaban, era indispensable que se volvieran a la cocina los tertulianos que, dispersos por aquí o en rebaños por allá, todo lo obstruían... y apestaban, y no había manera de revolverse entre ellos. Hízose así al punto por mi mandato, y empezaron las dos mujeres a saquear alacenas, armarios y cajones. Facia guiaba, y yo seguía como un autómata a las tres.

Consultó la enferma con las eminencias del «arte de curar», y ninguna de ellas dejó de prometerla un pronto y radical alivio... ni de aconsejar a su familia que la volvieran cuanto antes a su casa, porque quietud, sosiego y «auras domésticas», era lo que principalmente requería la incurable enfermedad de aquella señora... En fin, lo que la había aconsejado en Madrid su médico de cabecera.

Los turcos le siguieron, y si algunos capitanes y soldados honrados no volvieran el rostro al enemigo para entretenelle, hubieranle sin duda alcanzado; pero los Turcos detenidos de estos pocos que les hicieron resistencia, dexaron de seguir el alcance, y pusieron todas sus fuerzas en rendir á los que se defendían, que á poco rato los acabaron, y con esto dieron fin, y remate á la victoria.

Llegada la noche, escapábase de alguna ventana rumor de preces dichas en común, y antes de las diez quedaba todo cerrado, sin que hasta el día siguiente volvieran a cruzar sombras tras las vidrieras, ni se escuchase ningún ruido. Para ser tenida por convento, era la casa demasiado mundana; para morada de seglares, parecía monasterio.

Sus compañeros de alojamiento toleraban que continuase entre ellos, con la esperanza de que partiría de un momento á otro. Transcurrió el tiempo sin que volvieran á presentarse la enlutada con el niño, ni la viuda con el farol. Ovejero bebía y su embriaguez no se poblaba de visiones. Pero una noche dió un alarido de hombre asesinado que despertó á sus camaradas.