United States or Rwanda ? Vote for the TOP Country of the Week !


La lluvia moja el rostro de Don Juan Manuel Montenegro. EL CABALLERO ¿Quién es? Un marinero de la barca de Abelardo. ¿Ocurre algo? Una carta del señor capellán. Cayó muy enferma Dama María. ¡Ha muerto!... ¡Ha muerto!... ¡Pobre rusa! Retírase de la ventana, que el viento bate locamente con un fracaso de cristales, y entenebrecido recorre la antesala de uno a otro testero.

Creo que la costumbre de tirar diariamente á la calle media talega, es una diversion no vista, un entretenimiento díscolo, una limosna bárbara, rusa, vecina del Cáucaso; pero al fin y al cabo es una limosna, y muchos infelices comen con aquella manía.

Imitó el peinado de su general, con la raya de la frente á la nuca, mechones en las sienes alisados hacia adelante y bigotes unidos con las patillas, á la rusa.

Cuenta en su autobiografía que durante los años de sus estudios universitarios vivía en la más negra miseria y a veces estaba sin comer dos días seguidos. En 1894, cansado de luchar, desesperado, intentó suicidarse y se tiró un balazo en el pecho. Pero los médicos salvaron la vida de quien algunos años más tarde debía ser gloria de la literatura rusa.

Estos son los inconvenientes de no tener la Embajada rusa palacio de su propiedad, a pesar de tantas reclamaciones como sobre este asunto tengo hechas a la cancillería de San Petersburgo.

El Caballero se inclina, y un aire de húmeda pestilencia, que le hace sentir todo el horror de la muerte, pone frío en su rostro. ¡María Soledad, espérame!... Tienes los ojos abiertos y siento que me miras... Ahora me voy, pero vendré pronto y para siempre a tu lado... ¡Dios!... ¡Dios!... ¡Cativo Dios, por qué me llevaste a la Rusa!....

Aparentando buscar algo entre los papeles, continuó: Aquí está su declaración debidamente firmada. ¿Espera usted todavía salvarlo? Diciendo esto la miró. La rusa tenía otra cara.

Tenemos ahora en París una colonia rusa, una colonia española, una colonia levantina, una colonia americana, y estas colonias poseen cada una sus iglesias, sus banqueros, sus médicos, sus diarios, sus pastores, sus pobres y sus dentistas.

Al cuarto año cesó de escribirnos. ¿Había sucumbido al rigor del clima? ¿El amor que por todas partes seguía su fortuna le había hecho robar alguna princesa rusa? No lo pudimos averiguar, y hasta mucho tiempo después no tuvimos noticias suyas, ni oímos hablar más del pobre Gerardo, de mi maestro de música.

La impaciente dureza de esta pregunta hizo que el acusado mirara al juez en los ojos: las venas de sus sienes se hincharon, sus dientes crujían, todo revelaba su ira. Hace usted mal en no contestar. Me obliga usted a carearle con ella. Y Ferpierre ordenó que volvieran a llamar a la rusa.