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Actualizado: 7 de junio de 2025
Confirmaron todos a una voz lo dicho por el octogenario Silverio, el cual hubo de añadir que por santa fue tenida la señora de antes, y por santísima tendrían a la presente, respetando su disfraz, y poniéndose todos de rodillas ante ella para adorarla. Contestó Benina con gracejo que tan santa era ella como su abuela, y que miraran lo que decían y volvieran de su grave error.
El Capitán, Hans y el chino habían esperado en vano en el bosquecillo de nueces moscadas la vuelta de los cazadores, que se habían alejado siguiendo al babirussa. Al principio no se inquietaron, creyendo que el animal los había llevado muy lejos; pero viendo que las horas pasaban sin que Cornelio ni Horn volvieran, comenzaron a recelar que les hubiera podido ocurrir alguna desgracia.
Vaya, no perdamos tiempo; y si los salvajes están todavía a tiro de fusil, tratemos de aligerar su retirada. Al ser asaltados, quizá abandonen las calderas. ¡Andando; a escalar las rocas! Era inútil pensar en seguir pescando mientras no volvieran a su poder las pailas para la preparación del trépang.
Alejémonos de este río, y vamos a escondernos en la selva. La prudencia les aconsejaba partir; pues nada extraño hubiera sido que volvieran por allí los piratas o sus contrarios, que quizás tuvieran no lejos de aquellos lugares sus moradas. Cargaron con la tortuga, de la cual de ninguna manera querían deshacerse, y se pusieron en marcha a través del bosque, dirigiéndose hacia el Oeste.
¡Oh! ¡Dios mío! dijo Silas ; esas gentes salen del Patio de la Linterna, como si volvieran de la capilla, a esta hora del día, a las doce, un día de trabajo. De pronto se estremeció y permaneció inmóvil, con la mirada perdida y desesperada que alarmó a Eppie. Se encontraban delante de una entrada, frente a una gran manufactura.
La vergüenza hizo que volvieran los colores a las pálidas mejillas del fidalgo español. Es que tú no eres una mujer como otras... ¡Ya lo creo, caramba!... ¡Pues si me descuido, caramba! ¡Ya lo creo! ¡Si te descuidas, caramba! exclamó haciendo burla la chula. En verdad que Romadonga estaba descompuesto y aturdido que daba lástima. Si te descuidas, ¡na! prosiguió Concha.
La vida de la familia varió completamente: por las mañanas, don José, a no ser que Pepe le levantara, tenía que esperar en la cama a que madre e hija volvieran de misa, y luego aguantarse si se obstinaban en dilatar el momento de la comida hasta que llegase Tirso; después, a media tarde, marchábanse de nuevo, y ya no se las volvía a ver hasta la noche, sin que Pepe se diera cuenta de en qué invertían tales ausencias.
Al fin resolvió, sin que nadie se le opusiera, que daría un banquete de circunstancias en su propia casa, tan pronto como los ausentes personajes volvieran a Madrid y entrara en sus ordinarios quicios la vida política y social de la corte; y que en ese banquete pronunciaría él un discurso, en el cual «quedara bien definida su significación al lado del Gobierno de Su Majestad», y puesta bien de relieve, con la autoridad de su ejemplo y la elocuencia de su palabra, «la necesidad de robustecer el prestigio de los poderes públicos con el concurso de todas las fuerzas vivas de todos los hombres independientes y desapasionados del país, tan trabajado y maltrecho por obra de todo linaje de mezquinas intrigas y de pasiones bastardas».
El sentimiento de la seguridad procede más frecuentemente del hábito que de la convicción; por eso es que subsiste a menudo, cuando las condiciones se han modificado de tal modo, que más bien debieran dar lugar a esperar que se volvieran una causa de alarma.
Pero ¡buena estaba la querida patria entonces para que volvieran a su regazo hijos de tan blando corazón como yo!... Porque tú no puedes figurarte lo que a mí me afligen estas inacabables desventuras de nuestra hidalga tierra, «la tierra proverbial de los caballeros», como siguen afirmando los españoles seriamente cultos.
Palabra del Dia
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