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Como todos le halagaban y le complacían, y no había capricho que no consiguiera ni falta que no le fuese perdonada, imperaba en aquella casa como soberano absoluto, como señor de vidas y haciendas, siempre dispuesto a hacer el mal, complaciéndose en atormentar a los animales que caían en sus manos, gozándose en insultar y calumniar a los criados, en burlarse de todos, y en repetir las palabras más soeces aprendidas en la calle o de labios de los cocheros.

Mas apesar de su cuerpecito menudo y no del todo bien conformado, y de la palidez constante de su rostro, poseía especial atractivo, que cuantos la veían, y aún más los que la trataban, se complacían en afirmar.

La muchedumbre era cada vez más numerosa en torno de su cuerpo y en las profundidades del bosque. El zumbido de sus palabras y sus gritos iba en aumento. Se presentía la llegada incesante de nuevos grupos. Por entre los cuatro aeroplanos inmóviles al extremo de sus cables volaban otros completamente libres, que se complacían en pasar y repasar sobre la nariz del prisionero.

Hasta el indisputable mérito de donna Olimpia, su talento, su belleza y la fuerza misteriosa que había en todo su ser para dominar y cautivar a cuantos la veían y trataban, si bien complacían a Morsamor cuando pensaba que era suyo aquel tesoro, le ofendían más a menudo al considerar que su brillo atraía las miradas, la voluntad y la admiración de las gentes, y a él le dejaba obscurecido y como eclipsado.

Conocemos la vida de aquel siglo, por los viajes de los extranjeros, que solían exagerar o mentir; por los documentos de los archivos, que hablan con seca y desabrida elocuencia; por el teatro, en que la imaginación es señora; por la novela picaresca, que sólo resucita tipos de una clase social; por los escritores, que siempre con sentido especialmente devoto, se complacían en censurar las costumbres, describiéndolas de paso; pero los pinceles tercos en esquivar toda representación de cosa vulgar y profana, nos dejaron poquísimos datos referentes a la manera de vivir, los trabajos, oficios, diversiones, casas, habitaciones, muebles y ropas de aquellos caballeros y soldados, clérigos y estudiantes, mercaderes y mendigos, damas y aventureras, cómicas y beatas, dueñas y criadas, cuyo abigarrado conjunto conocemos sólo moralmente, gracias a Cervantes y Quevedo, Tirso y Lope, Zabaleta y Salas Barbadillo, porque los pintores limitados a la representación convencional de lo sagrado despreciaban lo profano.

Sin volver hacia ellas la cabeza, advertía que todas las costureras la miraban con el rabillo del ojo. Veía con el pensamiento el esbozo de sonrisa que se formaba en sus rostros. Todos los días pasaba igual. Antes de llegar Gonzalo, las costureras se complacían en dirigir, siempre que venía a cuento, alguna pulla a la novia. Cecilia, ¿cuál de estas camisas te vas a poner el día de la boda?

Se sabe también que los reyes se complacían en atraer a sus cortes a excelentes pintores extranjeros: don Juan I de Castilla protege a Gerardo Starnina, florentino; don Juan II a Dello; en 1428 viene Juan Van-Eyck; Jorge Inglés trabaja para el Marqués de Santillana, y cuantos autores han estudiado tan interesante materia, hablan de Juan de Borgoña, y citan como envuelta en dudas la misteriosa figura de un Juan Flamenco cuya personalidad nadie ha logrado poner en claro, pues al paso que unos pretenden ver en él al mayor de los Van-Eyck, quieren otros que sea Memling.

Una punta de envidia latía en las miradas y las palabras. Otros, á impulsos del mismo sentimiento egoísta, se complacían en marcar un descenso en esta suerte maravillosa. Perdía y ganaba. Sus buenos golpes ya no eran tan seguidos como al principio; pero de todos modos, si se retiraba inmediatamente, tal vez se llevase trescientos mil francos.

Pues aún no era esto lo peor: lo peor era que Anita, que tenía un temperamento linfático exhausto de sangre, gustaba de mantener viva y cargada incesantemente, hasta en los días templados, la chimenea de su gabinete; merced a esto y al cuidado con que se cerraban todas las puertas y rendijas, aquella habitación era un horno; en ocasiones la atmósfera se ponía casi irrespirable; el coronel y el catedrático, que eran obesos y sanguíneos, sudaban gotas de tinta y estaban expuestos a una congestión; pero el ex-gobernador y tío Manolo, lejos de compadecerles, se complacían muy mucho en aquel tormento, y hasta se hubieran alegrado quizá de un amago de apoplejía que les impidiese salir de casa por las noches.

No contribuyó poco a su alivio la soledad en que estaba y el no permitir Salvador que le visitara persona alguna, porque en el hospital los demás enfermos se complacían en calentarle los cascos, contradiciéndole en sus vehemencias o alentándole en sus majaderías.