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El palacio del barrio de Monceau había sufrido una transformación interior que representaba un gasto de millones. Su dueña dedicaba á esto todo su tiempo.

Todos los días sería demasiado fatigoso para usted... porque nosotros vamos a vivir en la calle Monceau, y es un poco lejos de su horrible calle Varennes. Perdón, señorita, pero, además del hotel de la calle Varennes, conservo el entresuelo del bulevar Malesherbes. ¿Para qué, amigo mío? Para tener el honor de continuar siendo vecino de usted. ¡De veras!... ¡si usted supiera cómo me divierte eso!

Las bodas se efectuaron tres semanas después de la historiada proeza en la iglesia de San Agustín, y como la joven pareja se pusiera de acuerdo para no llevar a cabo el reglamentario viaje de novios, se instalaron la noche misma de sus nupcias en el hotel que Marianita había hecho comprar a su marido, calle Monceau, hotel cuyo arreglo presidió ella misma dando muestra en el mobiliario y tren de su proverbial buen gusto, porque no era esta cualidad la que precisamente faltase a Mariana.

Bajó Julio fumando, por la avenida de Messina, dio algunos pasos por el bulevar Haussman en dirección a la calle d'Argenson, donde vivía su amante que lo aguardaba, mas se paró de pronto... De veras... lo abandonaba el valor; fuese que la enormidad de la villana acción que cometía, despertase su conciencia embotada, fuese que la tranquila ironía de Mariana lo inquietara, fuese que realmente estuviese enamorado de su mujer, ocultando su afecto por un estúpido y torcido amor propio, lo cierto es que renunció a llevar más lejos su indigna fanfarronada y tomó de nuevo el camino de la calle Monceau.

Ayer mi marido recibió otra carta de mi hermana que me ha llenado de inquietud. Dice que en dos días la enfermedad de nuestra madre se ha agravado seriamente. Temo un fatal desenlace. Esta triste confirmación ha venido en el preciso momento en que la señorita de Monceau y mis hijos iban a regalarme un ramillete. Tan infausta nueva ha envenenado el placer que semejante agasajo nos preparaba.

Tal vez si él daba el primer paso conseguiría reanudar las relaciones con ellos, restableciendo su antigua vida. Cuando iba á salir, el coronel le detuvo para hablarle otra vez de un asunto que les había ocupado la noche anterior. ¿Qué respuesta debía dar al apoderado de París?... Aquel nuevo rico comprador del palacio del parque Monceau deseaba adquirir también Villa-Sirena.

El maestro Eustaquio Bouteloup es el director de una sala de armas situada en el barrio Monceau; tres amplias estancias, adornadas con floretes, espadas, caretas y fusiles antiguos; el maestro es un hombre de estatura mediana y horriblemente musculoso; lleva puesto el peto de asalto; su rostro evoca un retrato de Velázquez; para completar la imagen, sólo le falta la gorguera... Este hombrecito es el rey de la espada y su lección pasa por infalible; no ama mas que su arte y experimenta un placer sensual manejando espadas.

Miss Brown tampoco estaba; no atreviéndose a interrogar a la servidumbre, salió de nuevo y fue a tomar noticias al hotel del parque Monceau donde vivía la señora de La Treillade.

Habían instalado su dicha en el hotel de los Delfour, suntuoso edificio elevado por el primer millonario de la familia junto al parque Monceau, entre las viviendas de sus compañeros de riqueza y con la fachada posterior sobre el mismo jardín.

La primera visita de Pedro fue para la señora de Aymaret, qué también habitaba por aquellas cercanías, parque Monceau: había prevenido de antemano a la vizcondesa, quien lo esperaba con cierta desazón, porque durante la ausencia del marqués, ni éste le había escrito ni ella se atrevió tampoco a hacerlo, no pudiendo olvidar que ella fue quien lo alentó en sus desdichados propósitos acerca de la señorita de Sardonne, que ella había sido su oficiosa mensajera para con aquella joven, que ella contribuyó en no escasa parte a la humillación que Pedro soportara, humillación que venía a hacer más punzante el efectuado enlace de Beatriz con Fabrice; por todas estas razones temió una escena de despecho, quizás de cólera y reproches, pero, por ventura de la interesante dama, su temor se hubo de disipar, por cuanto el marqués se presentó ante ella un poco pálido, es verdad, pero tranquilo, cortés y aun sonriente.