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Actualizado: 27 de junio de 2025
Un grupo de ricos parisienses, en su mayor parte banqueros judíos, cubría en aquel momento de hoteles particulares la llanura de Monceau en torno del parque. La princesa Lubimoff se hizo construir en este barrio un palacio enorme, con un jardín que resultaba inaudito por sus proporciones dentro de una ciudad.
¡No poder distinguirse!... Un día el hotel del parque Monceau se conmovió con una terrible crisis de nervios y de lágrimas, acompañada de choque de puertas, llegada de automóviles, desfile de médicos. El teniente Delfour estaba herido de gravedad por la explosión de una granada. Odette quiso marchar al lado de su esposa inmediatamente.... ¡Imposible!
Vamos a fundar colonias parisienses en la llanura de Passy, en la llanura de Monceau, en los barrios que antes no eran absolutamente París, y que aun hoy no lo son del todo. Entre estas colonias extranjeras, la más numerosa, la más rica, la más brillante, es la colonia americana. Llega un momento en que el americano se siente bastante rico; el francés, jamás tiene bastante.
Al presentar a Alfonso a toda la familia en Monceau, he sentido un poco de orgullo. Sin embargo, no le encuentro el tono tan dulce como yo quisiera.
Cuando salió de la prisión, donde estuvo algún tiempo encerrado por las ideas moderadas, volvió a sus posesiones del castillo de Monceau en unión de su hermana, bella criatura que se ha dedicado a cuidar a su hermano: parece que ha nacido para hacer la dicha de un esposo.
Ruego a Dios me dé las luces necesarias, al objeto de cumplir debidamente mis obligaciones con respecto a mis hijos. 9 de noviembre de 1805. Hemos venido a pasar unos días en el castillo de Monceau, propiedad de mi cuñado. M. de Lamartine, el ángel de la familia, y Mme. de Villars, nuestra Providencia, están con nosotros.
El ocupaba aquí una buena posición y vivía en compañía de sus hermanas, solteras también: ha legado su finca de Saint-Pierre indivisa a Alfonso y a Cecilia, su sobrina Mme. de Cessia; y sus bellas tierras de Monceau a su hermana la señorita de Lamartine, quien, a su muerte, las deja a Alfonso. Nadie resolvía nunca nada en la familia sin él o después de haber dado él su opinión.
17 de junio de 1801. La señorita de Lamartine, mi buena cuñada, a quien adoro en el alma, nos ha convidado hoy a comer en su castillo de Monceau. Este castillo es propiedad de mi cuñada y del hermano mayor de mi marido, que es el jefe de la familia. Los dos permanecen solteros.
Debía ir yo, por lo tanto, a comer a Monceau, pero no he querido ir, mandando sólo a mis hijos con su padre. ¡Dios tenga compasión de mi madre! su gran caridad, sus bondades y otras mil virtudes que ha practicado durante su vida, pueden haberla tranquilizado en estos momentos. Pero ¡ay! ¡era tan triste su situación! Muchas inquietudes y penas son otros tantos motivos de consuelo.
M. Scott es un americano colosalmente rico, que vino a instalarse en París el año pasado. Desde que se pronunció su nombre, comprendí que la victoria debía ser decisiva. Gallard estaba vencido de antemano. Los Scott comenzaron por comprar en París una casa de dos millones de francos, cerca del parque Monceau. Sí, calle de Murillo, donde dieron el baile; era... Deja hablar a M. de Larnac.
Palabra del Dia
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