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Y canta en tu loor, oh lengua hispana, del pensamiento alada mensajera, que fulguras, cual límpida custodia de la eterna Verdad, en las conciencias, como el sol en las cúspides altivas donde la tromba y el ciclón fermentan, como el anhelo indígena que fulge en el blasón astral de mi bandera.

Decíale su buen sentido que, a ceder a sus íntimos sentimientos, concertaba un matrimonio de amor, corría el casi seguro riesgo de perder con las buenas gracias de su tía la fundada esperanza de su rica sucesión, y, en consecuencia, podría caer en estado de muy precaria fortuna, mensajera de duros sacrificios; no era un niño; sabía lo que cuesta el vivir; conocía de memoria cuán caras son las distracciones en la alta sociedad parisiense; caballos, teatros, lujo; sería necesario, pues, renunciar a todo eso, y lo que es peor aún, imponer a aquella que iba a ser su mujer privaciones idénticas.

Si fuera usted, como presumo, el autor de la gracia, merecía le tuviesen toda la vida encerrado en un calabozo como me han tenido a cinco días. Le ruego que no vuelva a ocuparse de una pobre mujer a quien ha ocasionado y puede aún ocasionar serios disgustos». Entre confuso y dolorido, pregunté a la mensajera: Pero ¿es verdaderamente de la hermana San Sulpicio?

Lo único que pudo entrever en sus evasivas fué que la persona que la enviaba se había separado de ella al ver al capitán. Cuando se alejó la mensajera quiso seguirla, pero la gorda comadre volvió repetidas veces la cabeza.

Esta la rechazó con violencia, diciendo: «Haced saber á vuestra soberana que yo no ofrezco por nadie, ¿lo entendeis?». Con el dinero y la respuesta volvió la mensajera á la reina, quien en alto grado sintió un desaire tan marcado; mas tratando de refrenar su enojo, se contentó con pagar aquel con otro mayor, que era el no ofrecerla la salida de la iglesia antes que á la real comitiva.

Soledad escuchaba serena, complacida, dejándose arrullar por aquella cascada de palabritas de miel que nunca habían llegado á sus oídos. Llevaba los ojos puestos en el cielo y sonreía de vez en cuando á los amorosos extremos de su amante. De repente vió correr una estrella, y para que no fuese mensajera de algún mal exclamó: ¡Dios te guíe! ¡Dios te guíe! Velázquez la miró sorprendido.

La primera visita de Pedro fue para la señora de Aymaret, qué también habitaba por aquellas cercanías, parque Monceau: había prevenido de antemano a la vizcondesa, quien lo esperaba con cierta desazón, porque durante la ausencia del marqués, ni éste le había escrito ni ella se atrevió tampoco a hacerlo, no pudiendo olvidar que ella fue quien lo alentó en sus desdichados propósitos acerca de la señorita de Sardonne, que ella había sido su oficiosa mensajera para con aquella joven, que ella contribuyó en no escasa parte a la humillación que Pedro soportara, humillación que venía a hacer más punzante el efectuado enlace de Beatriz con Fabrice; por todas estas razones temió una escena de despecho, quizás de cólera y reproches, pero, por ventura de la interesante dama, su temor se hubo de disipar, por cuanto el marqués se presentó ante ella un poco pálido, es verdad, pero tranquilo, cortés y aun sonriente.

Sale aquí la mañana mensajera del Sol, y es su carroza tan suave al oido, que de sola la luz siento el sonido. ¡O santas soledades, retratos del sagrado paraiso! no son las vanidades quien vuestro lustre y majestad deshizo: vosotras con decoro hollais la plata y despreciais el oro.

No tenía gana tampoco de recibir al gaucho para despedirle y para tener con él una escena violenta y acaso trágica. Se valió, pues, de Madame Duval como mensajera. La instruyó detenidamente en todo cuanto había de decir: en la resolución que había tomado de seguir nueva vida, en sus remordimientos y en su firme propósito de no reanudar con él las pasadas relaciones y de no recibirle en secreto.

sabes ya el camino, ave altanera, Fuiste de nuestros padres mensajera Para pedir á Dios chispa inmortal Y dar fuego de alarma los cañones, Y derretir los ferreos eslabones De la innoble cadena colonial.