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Iba con la certidumbre de encontrarla en tal o cual parte; pero al llegar, la imagen que llevaba consigo, como hechura de sus propios ojos, se desvanecía en la realidad. «¡Parece que donde quiera que voy decía con profundo tedio llevo su desaparición, y que estoy condenado a expulsarla de mi vista con mi deseo de verla!». Decíale Villalonga que tuviera paciencia; pero su amigo no la tenía; iba perdiendo la serenidad de su carácter, y se lamentaba de que a un hombre tan grave y bien equilibrado como él le trastornase tanto un mero capricho, una tenacidad del ánimo, desazón de la curiosidad no satisfecha. «Cosas de los nervios, ¿verdad Jacintillo?

Decíale doña Lupe que inventase algún específico, alguna papa cualquiera o antigualla que con nombre peregrino y nuevo pasase por prodigioso hallazgo; pero él se resistía porque lo consideraba impropio de la ciencia.

A pesar de lo horriblemente enfermo que me encontraba, tuve el tacto de continuar dormido, por lo que pudiera pasar. Sentí los brazos delirantes de mamá sacudiéndome. ¡Mi hijo querido! ¡Eduardo, mi hijo! ¡Ah, Alfonso, nunca te perdonaré el dolor que me has causado! ¡Pero, vamos! decíale mi tía mayor ¡no seas loca, Mercedes! ¡Ya ves que no tiene nada!

Aquel día, el demonio lo hizo, estaba Juan mucho peor de su catarro. Era el enfermo más impertinente y dengoso que se pudiera imaginar. Pretendía que su mujer no se apartara de él, y notando en ella una tristeza que no le era habitual, decíale con enojo: «¿Pero qué tienes, qué te pasa, hija?

Señorita Blanca, presento a usted mis más sumisas manifestaciones de respeto y admiración dijo el doctor de las Vueltas, entreabriendo su boca como un pimpollo. ¡Oh, doctor! tantas gracias contestó Blanca. Es usted la reina del baile. Lleva usted mis parabienes, Blanca...¡aaah!...¡está usted espléndida... aaah! decíale el compañero de don Bonifacio, arrullando alrededor de Blanca.

Llegando a la sala, la mujer y la niña fueron derechas al sillón, y mientras Carmen se inclinaba devota a besar las manos del enfermo decíale Rita acongojada: ¿Se siente mal? Sin responder a esto, el de Luzmela preguntó a su vez, mirando a la vieja: Oye, ¿a ti qué te parece de mi hermana: es buena?

Bien seguro estaba Pacorrito de haber hecho tilín á la dama. Esta le miraba, y sin moverse ni pestañear ni abrir la boca, decíale mil cosas deleitables, ya dulces como la esperanza, ya tristes como el presentimiento de sucesos infaustos.

Decíale los coloquios diarios de aquella santa mujer con el Señor, y cómo, en medio de la oración, el aliento celestial la tocaba de pronto, levantando su cuerpo a varios palmos del suelo. Aquellas cosas eran contadas por la madre con un acento estremecido que derramaba en la noche como sagrado y temeroso aroma de santidad. Durante la mayor parte del día se le abandonaba a su albedrío.

El maestro carpintero, que había embaulado un río de manzanilla, con la expansión que el vino comunica, le estaba haciendo una porción de confidencias gravísimas. Decíale con lengua estropajosa que no era tan rico como se decía, que si es verdad que en algunas obras había ganado algunos cuartos, en otras salió con las manos en la cabeza.

Decíale don Diego, muy satisfecho de : ¡Así fuese Pablicos aplicado a virtud como es de fiar! ¿Toda esta es la lealtad que me decís vos de él? Tuvímoslos de esta manera, chupándolos como sanguijuelas. Yo apostaré que V. Md. se espanta de la suma de dinero que montaba al cabo del año.