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DE LA REPÚBLICA |Almirante Brown, Almirante D. Daniel Solier. ARGENTINA |Comandante C. F. T. Domec García. |Veinticinco de Mayo, Comandante C. N. AUSTRIA Aurora, Comandante C. F. M. Thewalt. ESTADOS UNIDOS |Newarck, Almirante A. E. K. Benham. DE AM

Traducción de Helen W. Lester. Chicago, A.C. Mac-Clurg and Company, 1892. Trafalgar. Traducción de Clara Bell. New-York, William S. Gottsberger, Publisher, 11, Murray Street, 1884. Zaragoza.. Traducción de Minna Carolina Smith. Boston, Little. Brown and Company, 1899. La batalla de los Arapiles. Traducción de Rollo Ogden. Filadelfia, J.B. Lippincot Company, 1895.

Y, en efecto, charla en esos propios instantes a más y mejor en amor y compañía de su inolvidable institutriz miss Eva Brown, de la gentil millonaria norteamericana miss Ketty Nicholson, de petrolesco olor, según detenidas observaciones de Pierrepont, sin que falte en el arcangélico coro aquella por siempre famosísima señorita de Chalvin, que se encabritaba como un caballito resabiado, según confesión de su misma interesante mamá, cuando en algo se le contrariaba.

Después de tan corta ausencia, le sería fácil hacer pasar, la cosa como una simple broma. Ya en su casa, entró sonriendo en el gabinete donde había quedado su mujer; las lámparas ardían todavía, pero Mariana no estaba; después de haberla llamado con discreción, penetró en el dormitorio débilmente alumbrado, mas vio sorprendido que no había nadie; subió corriendo a las habitaciones de miss Brown.

Una visita al Brown, que se mece gallardamente en las aguas del Támesis, a la altura de Greenyde. Uno de los objetos de mi viaje a Inglaterra ha sido ver la gran nave argentina. El pabellón flotando en la popa me llenó de indecible emoción, que se aumentó por la cordial acogida que recibí de la oficialidad argentina, con su digno comodoro a la cabeza.

Otro de los médicos se acercó al oído de mi tío y le hizo una pregunta. ¡Pfs!... hace muchos años, señor, desde soltero dijo éste dejando errar por sus labios una melancólica sonrisa si nunca hemos tenido hijos, y usted sabe que... el doctor Brown me decía que sin embargo era posible y que...

Visitamos el buque en todas las direcciones, se me explican sus maravillas, se me narra la curiosidad europea que ha despertado por su nueva construcción y mientras contemplo sus cañones poderosos, sus flancos de acero, su lanzatorpedos, sus ametralladoras, todos esos bárbaros elementos de destrucción, recuerdo con alegría que, hace ya muchos años, buques de guerra argentinos surcan los mares, sin que la paz, que es nuestra aspiración y nuestra riqueza, haya sido turbada. ¡Sea igual el destino del Brown; que sus cañones no truenen sino los días de ejercicio, que su bandera respetada y amada por todos los pueblos de la tierra, no se ize jamás a su mástil en son de guerra, y si la agresión la hace inevitable, que el pecho de los hombres que lo dirijan sea tan fuerte como sus escamas de hierro, que lo sepulten en el Océano antes de arriar el pabellón blanco y celeste!

Quince días en Londres. De París a Londres. Merry England. La llegada. Impresiones en Covent-Garden. El foyer. Mi vecina. Westminster. La Cámara de los Comunes. Las sombras del pasado. El último romano. Gladstone orador. Una ojeada al British Museum. El Brown en Greendy. ¡Oh, portentosa comodidad de la vida europea!

Sus abogados eran, como nosotros lo sabíamos, los señores Leighton, Brown & Leighton, firma eminentemente honorable de Bedford Row; por lo tanto, les dirigimos un telegrama desde la oficina central, informándolos de la muerte repentina de su cliente, y pidiéndoles que uno de ellos viniera en el acto a Manchester, para que estuviese presente en las indagaciones que se iban a efectuar, por haber declarado el doctor Glenn que serían necesarias.

Miss Brown tampoco estaba; no atreviéndose a interrogar a la servidumbre, salió de nuevo y fue a tomar noticias al hotel del parque Monceau donde vivía la señora de La Treillade.