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Las obras del mercado de los granos, delante de la iglesia de San Eustaquio, sitio que afeaba Paris, se han realizado en breve término, y hoy existen magníficos mercados. El boulevard de Sebastopol, obra que en cualquiera otro pais hubiera durado ocho ó diez años, está próximo á terminarse del todo, embelleciendo mas y mas Paris.

Usted no tiene sangre en las venas. EL VIZCONDE. He jugado al tennis, que es todo lo que me permitían mis medios. EUSTAQUIO. ¡! Usted ha descuidado su educación. ¡Continúe...! Figuré en la sección veintidós y tengo los galones de sargento. EL SE

Reprodúcese la lección lo mismo que ya la conocemos; el maestro aconseja a su neófito que no se mueva, que salte nada atrás y así sucesivamente; Gómez se despide de su profesor, después de haber comprado un par de espadas de combate y la manopla. EUSTAQUIO. Será muy extraño que mañana por la mañana se hagan daño alguno.

Al fin de la calle de Montmartre, cerca de San Eustaquio, corbatas de seda por poco más de dos reales; en la calle de Richelieu, un sombrero por doscientos duros. Seguramente habrá mil contrastes más raros; pero no puedo hablar sino de lo que he visto en veinte y cuatro horas que vivo en Paris, y me parece que una regular indulgencia no podria exigirme más.

Desde hace treinta años ha sido confidente de todos los duelistas, lo mismo de los más listos que de los más ignorantes; solamente la guerra pudo interrumpir las consultas que el maestro Eustaquio solventaba en su pisito bajo de la calle Logelbach.

El maestro Eustaquio Bouteloup es el director de una sala de armas situada en el barrio Monceau; tres amplias estancias, adornadas con floretes, espadas, caretas y fusiles antiguos; el maestro es un hombre de estatura mediana y horriblemente musculoso; lleva puesto el peto de asalto; su rostro evoca un retrato de Velázquez; para completar la imagen, sólo le falta la gorguera... Este hombrecito es el rey de la espada y su lección pasa por infalible; no ama mas que su arte y experimenta un placer sensual manejando espadas.

Mi caso es de los más honrosos y estoy seguro de que usted, a su vez, aprobará mi conducta. No tengo nada de matón y desde mis más tiernos años evité las cuestiones. Yo me inclino a la conciliación. EL VIZCONDE. Tiene usted razón, mi querido maestro; pero yo soy alegre por naturaleza y mis principios me apartan del duelo. EUSTAQUIO. Veo que no es usted deportista.

Los vecinos persistían en su molesta actitud; en esto, mi Zipette, agotada ya su paciencia, se pone a hablar en voz alta y a gritar que había en el vasto universo personas sin educación, las cuales acabarían por recibir unas cuantas bofetadas de las personas distinguidas de la reunión. EUSTAQUIO. ¡Ah! Esto es una provocación. EL VIZCONDE. ¡Usted perdone! ¡Era la respuesta a una provocación!

Al día siguiente nuestros testigos poníanse a trabajar; mi adversario, un tal Gómez Ocervo, español, exigió la espada. Esto es muy desagradable para , porque no coger un florete. ¡Me bato mañana, y seré incapaz de defenderme...! EUSTAQUIO. ¡Creo conocer a su adversario...! ¡Calle...! ¡Ocervo...! ¡Pertenece a la sala Massena...! ¡Es un tipo muy bragado...!

EUSTAQUIO. En mi sala se está al corriente de todas las cuestiones de honor. Este caballero se bate mañana, a las once, en el Parque de los Príncipes, ¿no es cierto? GÓMEZ. ¡Efectivamente! ¡Está usted bien informado!