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La tarde llegó; después de comer, el señor de Maurescamp jugaba un rato con su hijo Roberto en el pequeño salón botón de oro, de su mujer, y en seguida iba, como era su costumbre, a fumar un cigarro al boulevard. Juana continuó ejecutando febrilmente en el piano, una serie de valses y mazurcas, mientras que su hijo, vestido de blanco y con cinturón punzó, daba saltos con su aya inglesa y Toby.

Se apresuró a dejar la plazuela que cubría de sombra la parda catedral... huyó hacia las calles anchas, dejó la Encimada con sus resonantes aceras gastadas y estrechas, su triste soledad solemne, su hierba entre los guijarros, sus caserones ahumados, sus rejas de hierro encorvadas, y buscó la Colonia, saliendo por la plaza del Pan, la calle del Comercio y el Boulevard, de cuyos arbolillos caían hojas secas sobre anchas losas.

Anchísimo, recto, sembrado de árboles á derecha é izquierda, con aceras tan capaces por solas como las calles de muchas ciudades, cubierto de un extremo á otro por una red de carruajes que de dia y de noche se precipitan los unos tras los otros, henchido del millon y medio de habitantes que cuenta Paris, pues todo el mundo cruza al ménos una vez al dia por él, vestido de un extremo al otro con el oriental lujo de sus millares de tiendas; este boulevard merece verse con preferencia á cualquiera capital, y digo capital, porque Paris es el boulevard, y el boulevard por si solo és una capital.

Visité, en su orden clásico, París, la banal Suiza, Londres y los lagos taciturnos de Escocia; levanté mi tienda delante de las murallas exangélicas de Jerusalén; y desde Alejandría a Tebas recorrí ese largo Egipto monumental y triste como el corredor de un mausoleo. Conocí el mareo de los buques, la monotonía de las ruinas, las desilusiones del «boulevard»; y mi mal interior iba creciendo.

Parten de Paris líneas de caminos de hierro para todas las fronteras, y los embarcaderos de las estaciones son otros tantos palacios: merece especial mencion el de Estrasburgo, al cual se va por la calle del mismo nombre que desemboca en el Boulevard. Esta calle, larga y ancha, se ha abierto y construido de exprofeso, para dar frente á la magnífica estacion de la citada via férrea.

Los padres los querían ingenieros, como los ingleses que venían á explotar las minas: las madres los soñaban elegantes, y de cuerpo delicado, como los señoritos que hacían la parada en la acera del boulevard del Arenal.

Las he visto con frecuencia en casa de la Marquesa de Oreve, la gran amiga de Lacante, que tiene un salón artístico y literario en el que nuestro tutor es rey y pontífice, bajo los auspicios del mismo Marqués de Oreve, un papamoscas de alto coturno. Toda esta gente debe ser desconocida para ti, que la habrás olvidado después del tiempo que llevas corriendo por el mundo, lejos del boulevard.

Al cruzarle durante el dia, se acuerda involuntariamente el que compara y estudia de esas descripciones que aun nos quedan de las ciudades de la antigüedad oriental, que aunque de otro género, mas elevado, se componian de magnificencias y grandezas. El boulevard es una calle cosmopolita: en él se oyen hablar todas las lenguas, y se ven todos los trajes.

Hoy comunica con el boulevard de Sebastopol. El Escorial de Francia, ó lo que es mas propio, el panteon de los reyes franceses, se halla situado en la abadía de San Dionisio, fuera de Paris á distancia de una media legua. Para irle á visitar hay como para todo una grande facilidad.

Alguien, queriendo mortificarla, la dijo, en su cuarto del teatro, que á Leontina, una belleza pomposa y rosada que gozaba entonces de gran popularidad, la llamaban «la Déjazet del boulevard du Temple». A lo que, picada Virginia, contestó: «No me extraña; el duque de Orleans tenía en sus caballerizas un jumento que llevaba su nombre