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La calle estaba gris y solitaria; pero un instante después, viniendo del lado de Mediodía, aparecieron dos lacayos, con la librea amarilla y azul de los Blázquez, en seguida un alto escudero con traje de grana y botas de camino, y, por último, en silla de manos, Beatriz. Doña Alvarez, la dueña, caminaba detrás, golpeando las losas con el báculo.

El grupo de mujeres se abrió, se ensanchó, se revolvió charlando todas a un tiempo. Volvieron a sonar los chasquidos de las almadreñas sobre las losas húmedas y sucias del pavimento.

A pesar de tener cabe un brasero con lumbre, Ramiro sentía colarse por las rendijas ese estremecimiento glacial de la atmósfera que anuncia la nevasca. Las losas de la calle y los sillares de los palacios tomaban tonos lívidos, ateridos. El viento ululaba.

Pegado a uno de los pilares de la galería, procuro conservar buen continente, y sin hablar con nadie, contemplo la lluvia que rebota en las losas de colores del patio. Los bohemios están en el suelo, tendidos en grupos.

Más allá de la ciudad veía Jaime con la imaginación monótonas tapias, cipreses que asomaban sus puntas sobre ellas, una población apretada de blancas construcciones, de ventanillas como bocas de horno, de losas que parecían cubrir entradas de cuevas. ¿Cuántos eran los habitantes de la ciudad de los vivos en sus plazas y sus amplias calles? Sesenta mil... ochenta mil. ¡Ay!

La noche del enterramiento, al bajar el campanero de tocar el Angelus, le pareció oír gemidos bajo las losas sepulcrales. Lleno de espanto fuese en seguida el campanero a dar cuenta a las gentes del castillo de lo que había oído. Acudieron inmediatamente así el marido como sus desconsolados deudos y sirvientes y oyeron en verdad la voz subterránea.

Buenas noches dijo Quilito. Y salió, haciendo resonar sus tacones sobre las losas del patio. ¡Que te diviertas! gritó el padre. ¡Que no vuelvas tarde! apuntó la tía. Concluyó tristemente la modesta comida; con el último bocado se levantaron y Pampa entró a quitar la mesa.

Volvieron y subieron a San Pedro de la Rua, iglesia colocada en un alto, a la cual se llegaba por unas escaleras desgastadas, entre cuyas losas crecía la hierba. Sentémonos aquí un momento dijo el extranjero. Bueno, como usted quiera. Desde allí se veía casi todo Estella, y los montes que le rodean, abajo el tejado de la cárcel y en un alto la ermita del Puy.

En comparación de los puestos de frutas y legumbres, ¿qué son las carnicerías, las pescaderías, las tiendas de caza y los rimeros de latas llenas de conservas? ¡Cementerios, campos de batalla, losas de hospital; algo que representa la muerte en lugar de la vida! ¡Ah! ¿Por qué no se contenta el hombre con ser herbívoro?

El Canónigo, haciendo crujir la arenilla de las losas bajo la suela del zapato, le escuchaba atentamente, oprimiendo con ambas manos el Libro de Horas contra su pecho. Por fin, respondió: Vuestro propio discurso, hijo mío, háceme pensar que os halláis en grave peligro de hechizamiento.