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Transportado Roger y sin reflexionar gran cosa, se volvió hacia sus compañeros diciéndoles: Ocasión como esta no volverá á presentársenos en toda la vida. Sin el clavo ese no me quedo, y se lo he de llevar y ofrecer á la abadía de Belmonte. Como yo le llevaré á mi madre esa piedra que le arrojaron al santo, dijo Tristán.

Verificóse aquella en el año 853, y cinco años despues vemos al célebre Sanson hallarse de abad en el monasterio Peñamelariense, cuando vinieron á Córdoba por los cuerpos de los santos mártires Jorge y Aurelio los dos monges Usuardo y Olivardo de la abadía de S. German de Paris.

Este otro compañero mío, continuó al notar que el barón miraba á Roger, ha sido hasta ahora amanuense en la abadía de Belmonte, donde deja el mejor recuerdo, como lo atestiguan las letras del abad que consigo lleva. Y es también doncel de mucha ciencia, aunque de pocos años. Su nombre, Roger de Clinton y es hermano del arrendatario de Munster.

La mujer y su padre comenzaron á abrirse paso sin que nadie intentase impedírselo y Gualtero y Roger fueron tras ellos. Un momento, camarada, dijo Simón á Roger. Ya que esta mañana has hecho proezas en la abadía; pero te recomiendo alguna prudencia en eso de sacar la espada á relucir. Mira que he sido yo quien te ha metido en estos líos y que si te pasa algo lo sentiré de veras, muchacho.

Casi toda España estaba sujeta a la ley de Mahoma, salvo dos o tres Estadillos nacientes, donde entre breñas y riscos se guarecían los cristianos. En medio de aquel diluvio de males, pudiera compararse la abadía de que hablamos al arca santa en que se custodiaban el saber y las buenas costumbres y en que la humana cultura podía salvarse del universal estrago.

Aquel templo parece una inmensa tumba de piedra, desnuda, negra, sombría como un castillo feudal. La pequeña iglesia de Ainay, antigua abadía, llama la atencion de todos los viajeros, no por el mérito que tenga como obra de arquitectura, sino porque es una curiosidad histórica muy particular.

No puede haber otro tan grande ni tan malvado como él en la abadía. Por las señas es ése el novicio Tristán de Horla. ¿Qué os ha hecho? ¡Pesia mi alma que lo hecho por él no lo hicieran conmigo salteadores de camino!

Roger se dirigió hacia él apresuradamente y el otro le preguntó: ¿Conocéis, buen amigo, la abadía de Belmonte? Mucho que , de allí vengo y en ella he vivido hasta hoy. Loado sea Dios, porque en tal caso podréis decirme quién es un fraile como un dragón, con la cara llena de pecas, los ojos negros y el pelo rojo, á quien por mi mal acabo de encontrarme en este camino. ¿Le conocéis?

Vuestro nombre será borrado de los registros de la orden y os queda prohibido volver á pisar los umbrales de la abadía y entrar en ninguna de las granjas y posesiones de Belmonte.

Seréis, pues, despojado de ese hábito y despedido de esta abadía, de sus tierras y pertenencias, sin renta ni beneficio de ninguna clase y sin las gracias espirituales que gozan cuantos viven bajo la tutela y especial protección de San Benito.