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Mandaba el grueso de los arqueros nuestro amigo Simón y tras él, en primera línea, descollaba Tristán de Horla, un Alcides con capacete, cota de malla, arco, flechas y maza descomunal. Apenas desembocó la columna en la calle del pueblo comenzó un fuego graneado de chanzas, y menudearon las despedidas y los abrazos.

Chandos aceptó el reto sobre la marcha, encargándose de elegir á nuestros campeones; el príncipe ha prometido una hermosa copa de oro al que más altos honores obtenga y en toda la corte no se habla hoy de otra cosa. ¿Por qué han de ser los grandes señores los únicos que se diviertan? preguntó Tristán de Horla.

Sobre la grupa de su caballo veíase un saco que contenía, entre otras cosas, los cinco mil ducados que pagara por su rescate Don Diego de Álvarez. Inútil es decir que era el jinete nuestro jovial amigo Tristán de Horla, elevado recientemente á la dignidad de escudero de Sir Roger de Clinton, señor de Munster, á cuyo lado cabalgaba en aquel momento.

Mucho hay que hacer y que ganar en el mundo, amigo, pero no para los que se encierran entre cuatro paredes. Pues entonces ¿por qué te hiciste novicio? Justa es la pregunta, á fe mía y no difícil la respuesta. Porque la rubia Margot, de la Granja Real, se casó con Gandolfo el Zurdo, un pillete de siete suelas, dejando plantado á Tristán de Horla, no obstante sus promesas y otras cosas que yo me .

¡Á callar se ha dicho! gritó de repente Tristán de Horla, dando un tremendo puntapié al escabel que tenía delante y lanzándolo contra los troncos del hogar, que despidieron millares de chispas. Nadie insulte en mi presencia al buen rey Eduardo, ni le nombre siquiera si no ha de ser con el respeto debido.

En aquel momento cayó una pesada mano sobre el hombro de Simón, la manaza de Tristán de Horla, á quien se oyó decir con gran calma: Sois un embustero de tomo y lomo, señor arquero, como lo prueban las patrañas que nos endilgáis hace media hora; y sois además un deslenguado y os abofetearé lindamente si repetís las palabras que acabáis de decir.

Tristán de Horla, continuó éste, en los dos meses de vuestro noviciado habéis dado pruebas evidentes de perversidad y de que por ningún concepto merecéis vestir el blanco hábito símbolo de un espíritu sin mancha.

Poco después salía éste de Burdeos acompañado de Gualtero de Pleyel y dos horas más tarde se ponían en su seguimiento Roger, Simón y Tristán de Horla, para quienes el primero tuvo que procurarse dos caballejos de las Landas, de tan pobre apariencia como excelentes cualidades.

Pues yo digo que todos estos torneos y melindres son pura niñería, gruñó Tristán de Horla. ¡Por la cruz de Gestas! No sino dejad que me vinieran á con lancitas y puyazos.... ¿Pues cómo combatirías , Tristán? preguntaron algunos. Varios modos hay de hacerlo, replicó el gigante reflexionando; pero me parece que yo empezaría por romper mi espada. Eso es lo que todos procuran hacer. ¡Ah, no!

El arquero Tristán es de este pueblo de Horla y la mujer es su madre, que le da la bienvenida á su manera. ¡Yo te enseñaré, holgazán, perdido, gandul! gritaba la vieja esgrimiendo la vara. Poco á poco, madre, decía Tristán, que ya no ando de vago sino que soy arquero del rey y voy á las guerras de Francia. ¿Con que á Francia, bribón?