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Medrados estamos con el paladín éste, que todavía no se ha quitado de los zapatos el barro amarillo de los breñales de Hanson y ya viene tratándonos de parlanchines. ¡Qué gente tan lista la de esta tierra, Roger! dijo Gualtero con sorna, guiñando el ojo á su amigo. ¿Cómo debemos tomar vuestras palabras, señor mío? Tomadlas por donde podáis sin quemaros, respondió Gualtero. ¡Otra agudeza!

Sin embargo, Gualtero, debo á vuestro padre Carter de Pleyel el ordenaros que procuréis refrenar la lengua. Ataque por babor y estribor á la vez, exclamó el capitán Golvín, viendo separarse los dos barcos enemigos. El normando tiene á proa un pedrero y se preparan á disparar.

Su hija se había quitado el manto que hasta entonces cubriera sus hombros y cabeza y los dos jóvenes admiraron en ella uno de los tipos más acabados de la belleza italiana, que muy pronto atrajo toda la atención y las miradas de Gualtero. ¿Y qué me decís de esto? preguntó el anciano, desenvolviendo el paquete que tantas zozobras le había proporcionado.

Te digo que la he visto ahora mismo, al subir la escalera, tan distintamente como veo á esos dos arqueros dormidos. Tenía los ojos anegados en lágrimas y sus manos se adelantaban como para protegerme.... Mira, Gualtero, es tarde y necesitas descansar. ¿Dónde está tu cuarto? En el próximo piso. Queda precisamente sobre éste. ¡La santa Virgen nos proteja!

Dedicó desde entonces largas horas al manejo de las armas, y como sobraban buenos maestros y él era joven, ágil y vigoroso, no tardó en dirigir su caballo y esgrimir la espada muy diestramente, mereciendo palabras de aprobación de los veteranos y haciendo frente con su tizona á Froilán y Gualtero, los otros dos escuderos de su señor.

La mujer y su padre comenzaron á abrirse paso sin que nadie intentase impedírselo y Gualtero y Roger fueron tras ellos. Un momento, camarada, dijo Simón á Roger. Ya que esta mañana has hecho proezas en la abadía; pero te recomiendo alguna prudencia en eso de sacar la espada á relucir. Mira que he sido yo quien te ha metido en estos líos y que si te pasa algo lo sentiré de veras, muchacho.

¿Has visto cara más hermosa, Roger? preguntó Gualtero apenas se apartaron de la puerta de Pisano. ¡Qué ojos, qué perfil divino! No puedo negar que es bella. ¿Pues y aquel color moreno de las mejillas y los negrísimos rizos que circundan el óvalo perfecto de la cara? ¿Dónde me dejas los ojos? De mirada tan clara y tan profunda á la vez; tan inocentes al par que tan expresivos....

Prometió el doncel reunirse con ellos si se lo permitían sus deberes de escudero y deslizándose entre los grupos llegó á donde estaba Gualtero, en conversación con el viejo y la muchacha, en el portal de su casa. ¡Gracias, valiente caballero! exclamó el desconocido abrazando á Roger. ¿Cómo manifestaros mi gratitud?

Poco después salía éste de Burdeos acompañado de Gualtero de Pleyel y dos horas más tarde se ponían en su seguimiento Roger, Simón y Tristán de Horla, para quienes el primero tuvo que procurarse dos caballejos de las Landas, de tan pobre apariencia como excelentes cualidades.

Los arqueros rodeaban á la pareja y el hombre, azorado, sin comprender una palabra de lo que decían, oprimía con una mano el brazo de la mujer y con la otra apoyaba sobre el pecho el precioso paquete, dirigiendo en torno miradas suplicantes. ¡Ea, muchachos! exclamó Gualtero de Pleyel con imperiosa voz, apartando al arquero que más cerca tenía.