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Aquella escena de media noche, con todos sus románticos y extraños detalles, aquel episodio de lo pasado, cuando el fatigado caminante y su hija habían sido mis huéspedes por vez primera, y todos sus recuerdos acudieron a mi memoria la tarde fría y brillante en que descendí de un coche, al siguiente día de la investigación verificada en Manchester, delante de la gran mansión blanca de la plaza Grosvenor, y supe por Carter, el solemne sirviente, que la señorita Mabel estaba en casa.

Las inglesas, uniformes como hechas en molde, contenían á veces observaciones de una singular candidez como estas: «Chamonix is a very beautiful country! John Belton.» «I am very happy indeed; William CarterLas de italianos abundaban en citas de versos de Dante, Ariosto y otros poetas ilustres.

Carter, que fue quien nos hizo entrar, nos conocía tan bien, que no hizo más que conducirnos directamente arriba y hacernos pasar al salón, tan artísticamente iluminado con sus luces eléctricas sombreadas con la mayor delicadeza y hábilmente colocadas en todos los rincones imaginables.

Un coche nos llevó directamente de Charing Cross a la calle Great Russell, donde encontré una esquela de Mabel fechada en la mansión de la plaza Grosvenor, pidiéndome fuera allí en el acto que volviéramos de nuestro viaje. Apenas me lavé y arreglé un poco, lo hice, y Carter me condujo, sin ceremonia alguna e inmediatamente, al gran salón blanco y oro que tan familiar me era.

Sin embargo, Gualtero, debo á vuestro padre Carter de Pleyel el ordenaros que procuréis refrenar la lengua. Ataque por babor y estribor á la vez, exclamó el capitán Golvín, viendo separarse los dos barcos enemigos. El normando tiene á proa un pedrero y se preparan á disparar.

Los sirvientes se hallan rebelados, y la pobre Noble, el ama de llaves, pasa, le aseguro, por momentos terribles. Carter y ocho sirvientes más le han notificado ayer que se retiran de la casa.

Dawson estaba ya de vuelta en la mansión de la plaza Grosvenor, cuando un día, a eso de las doce, Glave hizo pasar a mi presencia a Carter. Conocí por su semblante la agitación que lo dominaba, y apenas entró, después de saludarme respetuosamente, exclamó: ¡He conseguido descubrir la dirección de la señorita Mabel, señor!

La señora Percival hizo llamar a Crump, el cochero, que había llevado en el bróugham a su joven ama hasta la estación de Euston, y lo interrogó. La señorita Mabel ordenó el cupé, señora, unos momentos antes de las once contestó el hombre, saludando. Llevó su valija de cocodrilo, pero, anoche despachó por Carter Patterson un gran baúl lleno de ropa usada, así le dijo la señorita a su doncella.