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El techo de ébano de mi palacio me recordaba la familia del Mandarín; durmiendo a orillas de los canales, perseguidos por los perros; y dentro de mi lujoso cupé me estremecía la idea de largas caminatas por caminos encharcados, bajo el duro invierno asiático. ¡Lo que yo sufría!

Venía por la mañana de su quinta en su clásico cupé tirado por dos caballos gateados, mansos y tranquilos, que volvían a conducirlo por la tarde o por la noche, si las exigencias del trabajo reclamaban su presencia en el escritorio después de comer.

Y volviéndose a uno de los criados: Decid que pongan el cupé, en seguida. No, señorita, no, os ruego. El aire libre me calmará... tengo necesidad de caminar... dejadme partir. ¡Partid, pues!... Pero no tenéis abrigo... Tomad este chal para cubrios. No tengo frío... mientras que vos... con ese traje... parto para obligaros a entrar.

Pero, al fin, se arregló todo. Felipe subió a la vetusta berlina de los condes, y Raúl y Amaury siguieron en el cupé de este último. Llegaron a la casita de la calle de Angulema en la cual Amaury no había puesto los pies hacía ocho meses: los criados eran los mismos y al verle prorrumpieron en exclamaciones de alegría, a las cuales respondió Amaury vaciando sus bolsillos con amarga sonrisa.

, señor, lo niego replicó Beatriz levantándose con dignidad . Elisa, permite que me sirva de tu cupé; volverá dentro de veinte minutos. Pasó altivamente delante de Pierrepont, abrió la puerta del palco y entró en el salón de enfrente poniéndose su abrigo de pieles. La señora de Aymaret había venido a ayudarla; diéronse la mano y Beatriz se fue.

En diez minutos llegamos a la verja de hierro que da entrada al parque; doblamos sobre la gran calle de palmas que estaba solitaria: sólo en el fondo, del lado del bosque, se veía un punto negro: era la victoria de Fernanda: nuestro cupé se deslizó por el pedregullo de la avenida, salvó la vía del tren del Norte, y vino a detenerse al mismo lado de la victoria.

Como se ha visto, gracias a una suprema inspiración, no lo fue tanto como se temió, pero lo bastante para empañar para siempre, en un minuto, el honor de su mujer y el suyo. Mientras se esparcía por los salones, entre cuchicheos y risas, la nueva de la desaparición de Juana, arrebatada por su marido, el señor de Maurescamp sentábase bruscamente al lado de su mujer en su cupé.

Al día siguiente, al subir al cupé de su marido para ir a casa de Lerne, sentíase Juana agitada. Habíale preocupado mucho el traje que llevaría; después de muchas reflexiones, decidiose a ponerse un traje austero, en armonía con la gravedad del rol que iba a desempeñar aquella noche. Púsose únicamente un vestido de terciopelo punzó, obscuro.

Temo que me haya comprendido mal, o mejor dicho, que no me haya comprendido. , señor conde; le he comprendido perfectamente dijo Amaury. Y salió, saludando por segunda vez y haciendo con la mano un ademán para indicar que no había que agregar una palabra a lo que habían hablado. Cuando subía al cupé pensaba casi en voz alta: ¡Ah, miserable Felipe!

Hacía un frío de todos los diablos, pero el cupé de don Benito estaba a la puerta; nos encerramos en él y empezamos a deslizarnos sobre los rieles del tranvía a todo trote.