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Ahora le toca saber que Pepe Castro se dejaba admirar lleno de condescendencia, y que de vez en cuando se dignaba iniciarle en algunos inefables secretos referentes a sus altas concepciones sobre las yeguas inglesas y las boquillas de ámbar.

De mucha diversión había servido a las españolas ver cómo las inglesas sacaban muy formales un periódico, tamaño como la sábana santa, del bolsillo, y se lo leían de la cruz a la fecha.

Exento para siempre de la servidumbre del dolor, como los inmortales, gozaba sereno, majestuoso, de su apoteosis. También se había sentado al lado de la amada de su heroico corazón, y le habló durante algunas horas, con dulce sosiego, de las jacas inglesas y de las grandes batallas que a la sazón se libraban en el seno de la corporación municipal, en las cuales él tomaba una parte tan activa.

Yo di á leer al Padre de les Maestros las poesías inglesas que encontré en su cuaderno de bolsillo. Las traduje á nuestro idioma, y creo que no resultan mal. Si lo dudase, me hubiese convencido anteanoche de que la traducción es buena viendo el entusiasmo con que acogió su lectura el inmenso público de mi conferencia.

En torno á la mesita del hall se movía un niño de nueve años, voluntarioso y algo desobediente, que buscaba la protección de Robledo por otro nombre «tío Manuel» cuando le reñían sus padres. En un piso del «Palace» dos nurses inglesas vigilaban los juegos de otros tres hijos de menos edad.

Ni debemos tampoco olvidar á los capitanes de las goletas que traen madera de las posesiones inglesas de la América del Norte; marinos de rudo aspecto, sin la viveza del yankee, pero que contribuyen con una suma no despreciable á mantener el decadente comercio de Salem.

Sus vacas eran inglesas, sus perros de San Bernardo, sus gallinas de Guinea, sus faisanes de Terán, sus cabras eran suizas. ¿Qué le faltaba a Masicas, que estaba siempre tan llena de pesar? Se lo dijo a Loppi, apoyando en su hombro la cabeza. Masicas quería algo más.

Como quiera que la vida ordinaria ofrece pocas veces temas interesantes para la poesía y su exposición sencilla precipita á menudo en la trivialidad, como se observa en gran número de novelas inglesas y alemanas, los novelistas, en vez de esperar pacientemente que el espectáculo de la vida les depare un asunto adecuado, prefieren tomar una parte grande de ella y por el sistema de condensación lograr interés para su obra.

Ahora y en la hora de nuestra muerte... , ya... ¡Si son como las rosquillas inglesas que me hiciste comprar el otro día y que olían a viejo...! Parecían de la boda de San Isidro.

Al atravesar una antesala, encontróse Currita un lacayo, que le presentó una carta en una bandeja de plata. Para el señor marqués de Sabadell dijo. Tomóla al punto Currita, con grande prisa, y miró el sobre; era su letra una de esas letras inglesas de mujer, de rasgos firmes y corridos, y por debajo del nombre de Jacobo, decía: Urgentísima. ¿Quién ha traído esto? preguntó.