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Aquí tenemos a Dawson en persona. ¡Dawson! tartamudeó el hombre contra quien me había prevenido el monje. Hagámosle entrar. Pero, ¡por Job! debemos tener cuidado de lo que digamos, porque, si todo lo que se dice de él es cierto, debe ser extraordinariamente perspicaz. Déjamele a le dije. Y luego añadí, volviéndome a Glave: Haga pasar adelante a ese caballero.

Me quedé un rato más y tomé una taza de con él; pero a las cuatro y media entraba en el expreso y partía para Londres, decepcionado de mi viaje completamente estéril. Dado lo que me había explicado, el secreto se hacía más impenetrable e inescrutable que nunca. La señorita Blair, señor me anunció Glave al día siguiente, un poco antes de las doce.

Reginaldo veíase obligado algunas veces a quedarse en la ciudad por las exigencias de su negocio; de modo que frecuentemente residía solo en la vieja casa revestida de verde hiedra, teniendo a mi lado a Glave, mi sirviente, para que me atendiera.

Lleno de alegría, di un salto y me puse en pie; le agradecí la noticia, ordené a Glave que le diera de beber y partí de Londres para Owfordshire por el tren de la una y media. Antes de las cinco hallé a Mill House, casa sombría y anticuada, que quedaba detrás de un alto seto de bojes que había en la calle de la aldea en Church Enstone, sobre el camino real de Aylesburg a Stratford.

Cuando el cochero te trajo a casa y Glave corrió a buscar a Walker, yo me imaginé que morirías antes de que llegase. No sentía palpitar tu corazón, y estabas completamente helado. ¡No adivino quién puede ser el infame que me ha herido! grité. ¡Por Jacob! que si lo pillo, me parece que allí mismo le retuerzo su precioso cuello.

Por consiguiente, permanecía solo la mayor parte del día, teniendo a Glave para que cuidase y supliese mis necesidades. De cuando en cuando venían a verme algunos amigos, conversando y fumando un rato conmigo. Así pasó el mes de marzo, siendo mi convalecencia mucho más lenta de lo que Walker había pensado al principio.

Glave, que no se hallaba de muy buen humor por la presencia de esos dos vagabundos desconocidos, entró y me anunció que la comida estaba servida; pero ella, firmemente, aun cuando con dulzura y gracia, rehusó mi invitación a comer, diciendo que, si yo se lo permitía, prefería más bien quedarse allí delante del fuego media hora más.

Llamé a Glave y le ordené que me acompañara al sitio donde habían quedado mis dos caminantes. Un cuarto de hora después colocábamos a la pobre niña desmayada sobre un canapé en mi confortable y abrigado gabinete; le hacíamos beber a la fuerza un poco de brandy, y al fin abría sus ojos, llenos de asombro, mirando con infantil temor lo que la rodeaba, que era para ella completamente desconocido.

A la noche siguiente, antes de las nueve, mientras Reginaldo y yo estábamos tomando el café y conversando en nuestro confortable comedorcito de la calle Great Russell, Glave, nuestro sirviente llamó a la puerta, entró y me entregó una tarjeta. Salté de mi asiento, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Esto que es gracioso, viejo grité, volviéndome a mi amigo.

Dawson estaba ya de vuelta en la mansión de la plaza Grosvenor, cuando un día, a eso de las doce, Glave hizo pasar a mi presencia a Carter. Conocí por su semblante la agitación que lo dominaba, y apenas entró, después de saludarme respetuosamente, exclamó: ¡He conseguido descubrir la dirección de la señorita Mabel, señor!