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Cásese, más adelante, cuando usted quiera. No imagine que su esposa pueda tener celos de , porque cuando eso pudiera suceder yo estaré muerta o seré feliz concluyó, con un estremecimiento que en poco estuvo no la hiciera caer. Adiós. Yo estaba de rodillas, los brazos extendidos, esperando una frase más dulce que ella no pronunciaba. Una postrera reacción de debilidad o de lástima se la arrancó.

No qué malditos pensamientos asaltaron entonces mi debilitado y fatigado espíritu: me imaginé de repente con los colores más insoportables, el porvenir de lucha continua, de dependencia y humillación al que entraba lúgubremente por la puerta del hambre; sentí un disgusto profundo, absoluto, y como una imposibilidad de vivir.

Si quiero apreciar todo el mérito de Virgilio en el episodio de Dido, es menester que no raciocine con sequedad, sino que imagine y sienta; pero si me propongo juzgar bajo el aspecto moral la conducta de la reina de Cartago, es preciso que me despoje de todo sentimiento, y que deje encomendado á la fria razon el fallar conforme á los eternos principios de la virtud.

Pero nadie debe extrañar que allá en mis horas de sueño imagine que dentro de algunos años la Europa, fatigada de tanta exageración, tanta deformidad, tanta mentida originalidad, volverá sedienta á beber el agua cristalina del arte heleno.

Pues bien exclamó doña Luz en voz muy baja, pero con extraordinaria vehemencia , la causa de mi mal es que he descubierto, a los quince días de casada, que el hombre que yo imaginé tan noble, tan generoso, tan enamorado de , tan digno en todos conceptos de que yo le amara, y a quien di mi corazón y mi mano, y a quien entregué mi ser y mi vida, es un miserable sin alma.

A ser periódico exclusivamente artístico y literario, hubiera yo trabajado para él de otra suerte: mas imaginé que en un diario político, debía escribir luchando, como soldado raso, contra las ideas casi vencidas de lo pasado y a favor de las esperanzas de lo por venir, no triunfantes todavía.

Don Alonso quiso entonces decir lo que llevaba ordenado en su memoria; pero sus ojos se encontraron con los del Rey, y su razón, inhibida de pronto, no halló sino vocablos importunos, deshilados, inocuos: ¡Vuesa Majestad no debe dudar... yo nunca imaginé... soy todo inocente! El Rey le detuvo con un ceño y sus labios volvieron a moverse.

Ese algo más-replicó Pepita no es sentimiento propio de quien va a ser sacerdote tan pronto, pero lo es de un joven de veintidós años. Al oír esto, sentí que la sangre me subía al rostro y que el rostro me ardía. Imaginé mil extravagancias, me creí presa de una obsesión. Me juzgué provocado por Pepita que iba a darme a entender que conocía que yo gustaba de ella.

Pensando en los medios de unirme pronto a Gloria, antes del suceso que acabo de narrar se me había ocurrido una transacción con el maldito enano. Como yo tenía la certidumbre de que éste era el único causante de nuestros males y sospechaba que la razón de oponerse a nuestro casamiento y el empeño de hacer monja a Gloria estribaban en el interés, imaginé que podíamos llegar a un acuerdo.

Usted, como no está en antecedentes, no sabe el cariño que le tengo; es imposible que lo imagine Vd... Si él me hubiera dicho lo que proyectaba, vamos, yo lo evito. Hasta me hubiese echado a los pies de mi padre confesándoselo todo; en fin, ¡qué yo!... pero no se hubiera marchado. Ahora, ¿qué hemos de hacer? Todo ha sido inútil.