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A lo lejos, su enemigo Prometeo lamentábase, aherrojado en una peña del Cáucaso. Tales eran las venturas de los dioses. ¿Hubo algún heleno, pastor, sacerdote ó rey que se atreviera á trepar por las pendientes de Olimpo que dominan los altos pastos de las cañadas y las lomas? ¿Atrevióse alguien á poner el pie sobre la cumbre para encontrarse de pronto en presencia de los dioses terribles?

Por último le dijo: «tiene un carácter dulce». Y entonces el sabio heleno, el más sabio de los siete sabios, estampó la unidad a la izquierda de todos los ceros que había ido poniendo, para demostrar que sólo así adquirían valor las demás cualidades. Todo es grato al lado de una mujer dulce: todo es amargo al lado de una irascible.

Pero nadie debe extrañar que allá en mis horas de sueño imagine que dentro de algunos años la Europa, fatigada de tanta exageración, tanta deformidad, tanta mentida originalidad, volverá sedienta á beber el agua cristalina del arte heleno.

La naturaleza entera, con sus aguas y sus plantas, había seguido al heleno á su nueva patria. Más cerca de nosotros, en el Mediodía de Francia, pero también sobre esas vertientes del Mediterráneo que, por sus rocas blancas, su vegetación y su clima se parece más al Africa y á Siria que á la Europa templada, una fuente, la de Nimes, nos cuenta las bienandanzas del agua de los manantiales.

Y es que el mismo pueblo heleno había pasado su infancia nacional en el valle y las llanuras, tendido á la sombra de la gran montaña. De Tesalia procedían los helenos del Atica y del Peloponeso: allí habían combatido con los monstruos sus primeros héroes y allí sus primeros poetas, guiados por la voz de las musas Piérides, habían compuesto himnos y cánticos de victoria y de júbilo.

Me imaginaba oir la palabra vigorosa y ardiente de alguno de aquellos grandes oradores que ilustraron al pueblo heleno... Porque la elocuencia de mi queridísimo amigo el señor Peña, tiene mucho de la arrebatada pasión que caracterizaba a Démostenes, el príncipe de los oradores y bastante también de la fluidez y elegancia que brillaba en los discursos de Pericles.