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Pero no su respuesta, pues, en el mismo instante en que pronunciaba con tranquilidad aparente esas horribles palabras, vi desarrollarse ante mis ojos con una terrible vivacidad aquella escena de mis años de infancia en que Marta se me había aparecido tendida en el sofá, semejante a un cadáver.

Estas ó semejantes palabras: «me va en ello la vida ó la honra...» ello era gravísimo. ¿Y queréis que sea franco con vos? He creído que quien pronunciaba aquellas palabras era...

Era alegre, valiente, aficionado a cuentos y chascarrillos, donde siempre jugaba papel principalísimo algún cura o monja. No pronunciaba bien las erres. Don Jaime Marín, propietario de cuatrocientas fanegas de pan, que con la contribución equivalían a unas seis mil pesetas, sería un gran calavera, un licencioso, un monstruo de corrupción si no tuviese por mujer a doña Brígida.

A cada palabra que pronunciaba, el universo se conmovía, las estrellas se cubrían de mortal palidez, la luna temblaba en el cielo, como tiembla su imagen entre las olas del Océano, y la Princesa y sus amigas tenían que cerrar los ojos y que taparse los oídos para no ver los espectros que se mostraban, y para no oír las voces portentosas, terribles o dolientes, que partían de las entrañas mismas de la conturbada naturaleza.

Mientras pronunciaba estas feas palabras, daba vueltas por la estancia, se quitaba el sombrero, se encogía de hombros y hacía otros gestos extravagantes. Por último soltó una carcajada. Mira, Gonzalillo le dijo don Feliciano. Acabas de pasar una pelona... pero ya vendrán tiempos mejores. Tras de lo malo siempre viene lo bueno. Las cosas del mundo hay que tomarlas con cachaza, mi queridín.

Yo mando una compañía de la landsturm.» Y el gesto con que el industrial acompañó estas palabras revelaba la melancolía de un hombre no comprendido, menospreciando los honores que goza para pensar únicamente en los que no posee. Mientras pronunciaba el discurso, Julio examinó su pequeña cabeza y su robusto pescuezo, que le daban cierta semejanza con un perro de pelea.

Mientras pronunciaba las palabras decisivas que le apartaban de Julio para siempre, en medio de la sombra de su congoja una especie de júbilo le nacía, como una luz, y le bañaba el semblante. Muñoz, maravillado, creyendo soñar, tomó entre las suyas aquellas dos manos juntas. ¡Adriana! ¿Puedo creer a mis ojos? ¿Puedo pensar que esta alegría es alegría de su ternura por ? , Muñoz.

La muchedumbre traía algunas luces, y de cuando en cuando una voz pronunciaba muy alto un viva, contestándole otra tremenda y múltiple voz. La gente bajaba, y Clara bajaba delante. Aquello le dió más miedo que los borrachos; pero cuando se encaró con la Cibeles, cuando vió aquella gran figura blanca en un carro tirado por dos monstruos blancos, se detuvo aterrada.

Tenía confianza plena en la lealtad de su amigo. Pero le gustaba que su adorada le escuchase cuando pronunciaba las frases: "a la barra", "yo pienso dictaminar en mal sentido", "la ley municipal exige que los aforos", etc., a fin de que el ángel de sus amores se fuera penetrando de los altos destinos a que la suerte la tenía reservada uniéndose a un hombre tan enérgico y tan administrativo.

Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dió un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.