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Emprendí la marcha, llevando conmigo un muchacho montado, pues en Chimbe despedí al mozo de a pie, cuya utilidad durante el viaje había sido bastante problemática. Los equipajes iban delante, y según mi cálculo, debían ya encontrarse en Bogotá. Sólo llevaba una valija con mis papeles y valores.

La señora Percival hizo llamar a Crump, el cochero, que había llevado en el bróugham a su joven ama hasta la estación de Euston, y lo interrogó. La señorita Mabel ordenó el cupé, señora, unos momentos antes de las once contestó el hombre, saludando. Llevó su valija de cocodrilo, pero, anoche despachó por Carter Patterson un gran baúl lleno de ropa usada, así le dijo la señorita a su doncella.

En aquel momento su costado se despegaba del muelle con lentitud. Hubo que bajar otra vez la escala. Un minuto más, y habrían tenido que alcanzar al Goethe en un bote en mitad de la bahía. Maltrana subió el primero con su valija de mano, no queriendo contestar a las preguntas de los curiosos. Tenía prisa de ganar su camarote para cambiarse de ropa.

Por la carta que le escribió usted, y que se encontró en su valija después de su muerte respondí con franqueza. Lanzó un gruñido de evidente satisfacción. Yo supuse, en verdad, que debía estar receloso de que Burton antes de morir me hubiera dado a conocer algunos detalles de su vida.

Para borrar el mal efecto de sus objeciones, se prestó a ser portador de la valija de las armas hasta el lugar que ocupaban los adversarios. Los tres padrinos, dando por finalizado su trabajo preparatorio, que no podía ser más pasivo, se hicieron atrás instintivamente algunos pasos. Iba a hablar la pólvora.

Con todo esto, a la entrada de la ciudad, que fué a la oración, y por la puerta de la Aduana, a causa del registro y almojarifazgo que se paga, no se pudo contener Cortado de no cortar la valija o maleta que a las ancas traía un francés de la camarada; y así, con el de sus cachas le dió tan larga y profunda herida, que se parecían patentemente las entrañas, y sutilmente le sacó dos camisas buenas, un reloj de sol y un librillo de memoria, cosas que cuando las vieron no les dieron mucho gusto, y pensaron que pues el francés llevaba a las ancas aquella maleta, no la había de haber ocupado con tan poco peso como era el que tenían aquellas preseas, y quisieran volver a darle otro tiento; pero no lo hicieron, imaginando que ya lo habrían echado menos, y puesto en recaudo lo que quedaba.

Pero yo estaba fuera de mismo: me dejé llevar y traer, atravesé patios y vi las aulas con absoluta indiferencia por aquellas nuevas sensaciones. Aquel mismo día, a las cuatro, Agustín, en traje de camino se trasladó a la plaza, en donde esperaba ya el coche de París, llevando por mismo todo su equipaje contenido en una pequeña valija de cuero.

Como el muerto había manifestado el deseo de que, por entonces, Mabel ignorase la realidad, no le avisamos el trágico y doloroso suceso. La curiosidad nos hizo volver pronto al hotel y subir a la habitación del muerto, para examinar el contenido de su maleta y pequeña valija, pero, fuera de sus ropas, un libro de cheques y unas diez libras esterlinas en oro, no encontramos nada.

Quedó Pedro Alonso suspenso en leyendo la epístola, y acudió presto a su valija, y el hallarla vacía le acabó de confirmar la verdad de la carta; y luego al punto, en la mula que le había quedado, se partió a Burgos a dar las nuevas a sus amos con toda presteza, porque con ella pusiesen remedio y diesen traza de alcanzar a sus hijos; pero destas cosas no dice nada el autor desta novela, porque así como dejó puesto a caballo a Pedro Alonso, volvió a contar de lo que les sucedió a Avendaño y a Carriazo a la entrada de Illescas, diciendo que al entrar de la puerta de la villa encontraron dos mozos de mulas, al parecer andaluces, en calzones de lienzo anchos, jubones acuchillados de anjeo, sus coletos de ante, dagas de ganchos y espadas sin tiros; al parecer, el uno venía de Sevilla y el otro iba a ella.

Yo la llevé a Euston, allí bajó y entró en la boletería. Me hizo esperar como cinco minutos, apareciendo después con un mozo de cordel que tomó su valija, y luego ella me entregó la carta dirigida al señor Greenwood para que se la diera a usted, ordenándome que me retirara. Entonces me volví a casa, señora.