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Uno de los temas de la conversación más frecuente entre los dos amigos, era la certidumbre de esa salvación: Silas confesaba que no podía llegar nunca más que una mezcla de esperanza y de temor, y escuchaba a William con una admiración llena de deseo, cuando éste declaraba que había tenido siempre la convicción inquebrantable de su salvación, desde que en la época de su conversación, había soñado que las palabras «llamado y sin duda elegido» se presentaban ante sus ojos sobre una página blanca de la Biblia abierta.

Desde hacía algunos meses estaba comprometido con una joven sirvienta y los dos no esperaban para casarse más que el momento en que sus economías fueran bastante grandes. Silas tenía vivo placer en que Sara no hiciera ninguna objeción a la presencia accidental de William durante sus entrevistas de los domingos.

Como era viudo y sin hijos fue cuidado noche y día por los hermanos y hermanas más jóvenes de la comunidad. Silas y William iban con frecuencia a velar durante la noche, reemplazando el uno al otro a las dos de la mañana.

Pero yo conservaba siempre en el oído las últimas palabras de mi padre, y no aceptaba... Sin embargo, la miseria iba a obligarme, cuando un día fui a ver a uno de los amigos de mi padre, un banquero de New-York, M. William Scott, que no me recibió solo; junto a su escritorio estaba sentado un joven: «¡Podéis hablar, me dijo, es mi hijo Richard ScottMiro al joven, él me mira y nos reconocemos... «¡Zuzie! ¡Richard!» y nos tendemos la mano.

Traducción de Helen W. Lester. Chicago, A.C. Mac-Clurg and Company, 1892. Trafalgar. Traducción de Clara Bell. New-York, William S. Gottsberger, Publisher, 11, Murray Street, 1884. Zaragoza.. Traducción de Minna Carolina Smith. Boston, Little. Brown and Company, 1899. La batalla de los Arapiles. Traducción de Rollo Ogden. Filadelfia, J.B. Lippincot Company, 1895.

Sólo sintió al ver las dudas que William alimentaba a su respecto. A esto vino a agregarse una cierta inquietud, cuando descubrió que la conducta de Sara para con él comenzaba a traicionar una extraña fluctuación: ora hacía esfuerzos para demostrarle mayor afecto, ora dejaba notar signos involuntarios de repulsión y de hastío.

Entre los miembros de su iglesia se encontraba un joven algo mayor que él, con el que vivía desde hacía tiempo en una amistad tan íntima, que los hermanos del Patio de la Linterna tenían la costumbre de llamarlos David y Jonatás. El verdadero nombre de ese amigo era William Dane.

Aquel examen lo persuadió de que el anciano estaba muerto, muerto desde hacía algún rato, porque sus miembros estaban rígidos. Silas se preguntó si no se habría dormido y miró el reloj; eran ya las cuatro de la mañana. ¿Cómo era que William no había ido? Lleno de inquietud fue a buscar socorro. Muy luego, varios amigos, y entre ellos el pastor, se encontraron reunidos en la casa.

Pero, sea cuales fueran las imperfecciones que otros descubrieran en William, en el espíritu de su amigo era perfecto, porque Marner era una de esas naturalezas impresionables y que dudan de mismas que, en la edad de corta experiencia, admiran la autoridad y se forman un apoyo en la contradicción.

Las inglesas, uniformes como hechas en molde, contenían á veces observaciones de una singular candidez como estas: «Chamonix is a very beautiful country! John Belton.» «I am very happy indeed; William CarterLas de italianos abundaban en citas de versos de Dante, Ariosto y otros poetas ilustres.