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En efecto, encuentro muy bien a Huberto Martholl, y ¿no tengo razón? interrogó la joven con una linda sonrisa. Mi querida María Teresa, creo que no debemos ver las cosas del mismo modo.

¿Irías a su casa volando? interrogó Amparo temblona. Fui... y dice que.... Acaba, maldito. Y dice que... Chinto se devanó los sesos buscando una fórmula diplomática . Dice que no está en el pueblo, porque... porque ayer se marchó a Madrí. Quiso abrir la boca Amparo y articular algo, pero su dolorida laringe no alcanzó a emitir un sonido.

Cuando el padre y el Comendador se quedaron solos de nuevo, cerró éste la puerta é interrogó al padre en voz baja sobre lo que había oído á Doña Blanca, sobre lo que había hablado con Clarita; pero nada sacó en limpio. El P. Jacinto parecía otro del que antes era.

, con tal que no vuelvas a las andadas respondió con sencillez y firmeza Nucha. ¿Qué me harás si vuelvo? interrogó risueño el hidalgo campesino . Capaz eres de dejarme en el sitio de una manotada, chica. No por cierto.... No tengo yo fuerzas para tanto. Haré otra cosa. ¿Cuál?

Papá interrogó un día con la mejor fe del mundo , ¿estará enfermo el señor de Miranda? Hace días que no viene por aquí. Asió de los cabellos la ocasión el Sr. Joaquín y expuso los planes de Miranda. Lucía escuchaba atenta, con la sorpresa pintada en sus brillantes ojos.

Ya quién es dijo entre dientes don Pedro, cuyo rostro se anubló. Pues yo... como era bastante natural, lo creí. Además tuve ocasión de persuadirme de que, en efecto, el gaitero y Sabel... tienen... trato. ¿Ha averiguado usted todo eso? interrogó el marqués con ironía.

Luego, en voz alta, continuó: ¿Un periódico que no admite el anticipo reintegrable? , padre contestó Antoniño ya medio anonadado. ¿Un periódico interrogó aún el cura que hace campaña contra el espionaje alemán? Antoniño no podía negar. El mismo, padre suspiró . ¡El mismo!... Pues, hijo mío dijo entonces el cura . Lo siento mucho, pero no te puedo dar la absolución. Antoniño se quedó aterrado.

Dos minutos después, subiendo al carruaje, interrogó ansiosamente a la sirvienta de las Aliaga. Esta la informó. Laura estaba en cama, muy enferma, y los médicos no lograban ponerse de acuerdo en las consultas; sin embargo, la fiebre, desde el día anterior, sin que nadie lo esperase, había cedido.

Antes de concluir la comida, don Guillén se había granjeado la confianza y la simpatía de todos; y a tal extremo llegó la confianza, que don Celedonio se atrevió a dispararle a boca de jarro esta pregunta: ¿Cree usted en Dios? ¿Cree usted en la república? interrogó a su vez don Guillén, sin inmutarse. Como republicano que soy. Yo, como sacerdote que soy, soy creyente.

Con acento contenido y amoroso le suplicó, casi al oído: ¿No te he dicho que mientras yo esté en Rucanto no debes temer nada? Tenía Carmen cuajados de lágrimas los ojos y era presa de una emoción confusa, entre grata y doliente. Llena de sinceridad infantil interrogó ansiosa: Y ¿estarás aquí mucho?...